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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

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«Hace poco más de una semana pasé justo por Las Lagunetas, esa carretera que une San Mateo con la Cruz de Tejeda en la que puedes percatarte de la grandeza de la isla, la suya y la mía, desde otras perspectivas; ajenas al ajetreo diario de la ciudad y al mundanal ruido».

Cómo duele ver arder nuestros montes y barrancos, nuestra cumbre. Esas medianías y lugares recónditos del interior en el que habita la otra canariedad o, directamente, la esencia de la misma que entronca el alma. Desde la ciudad no se observa. Pero coges el coche y subes a Santa Brígida o, ya puestos, San Mateo y la pena te apropia. Pronto se observaba que iba a más y que el fuego tenía su enjundia. Apenas avanzada la tarde se podía contemplar el incendio en la cumbre desde el Monte Lentiscal. Es grave, era lo primero que te venía a la mente. Ahora que el verano decía adiós, que septiembre estaba ya partido y que estos temores los tenemos asociados a los meses de julio y agosto. No ha habido daños personales y eso es lo más importante. Se salvó el Parador de Tejeda, a pesar de algunas pérdidas como la de la piscina cuyas imágenes han inundado las redes sociales.

Hace poco más de una semana pasé justo por Las Lagunetas, esa carretera que une San Mateo con la Cruz de Tejeda en la que puedes percatarte de la grandeza de la isla, la suya y la mía, desde otras perspectivas; ajenas al ajetreo diario de la ciudad y al mundanal ruido. Emociona escuchar los testimonios de los paisanos, de esa gente llamada de campo que en sus ojos aún conserva el apego al terruño, la quintaesencia de la luz y tragedia de la vida. Porque en el campo los rostros, las miradas y las emociones parecen otras. Y más para un isleño.

El sentimiento que nace al ver el peligro del incendio y cómo azota a Gran Canaria, luego en frío, te permite entender por qué de pequeño escuchabas palabras similares de tus mayores que hace tiempo que ya no están. La vida como un sendero de final idéntico. La vida de un isleño como apego de canariedad atlántica y compromiso con la tierra. Como un itinerario que estremece y llega hondo de nada que recorras los municipios de las medianías y de la cumbre.

Y, claro está, luego está lo estrictamente institucional. Y sí, hubo coordinación por parte de las distintas Administraciones. Obviaron los responsables sus diferencias a lo largo del año y se pusieron manos a la obra. Y hay que dar las gracias a los que se volcaron con profesionalidad desde el primer momento y también arrojando esfuerzos en una mala noche. Ojalá el próximo verano no tengamos, ni en Gran Canaria ni en las restantes islas, que pasar tragos de estos que destrozan nuestro entorno. Que no se repitan estas malditas pesadillas.

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