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El último sueño

Miércoles, 15 de julio 2020, 17:01

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El sueño es una vida que se vive lejos de donde habitamos, con argumentos que no planteamos y con ese final abierto que tanto se parece a la existencia. Lo que ni siquiera nos hemos planteado memorizar se convierte, a veces, en la imagen más importante de esa otra vida que protagonizamos lejos de esta, donde ni siquiera llegan muchas veces los recuerdos.

Esa sensación de extrañeza también la tenemos muchas veces en la vida diaria, cuando de repente observamos a nuestro alrededor y nos damos cuenta de cómo ha cambiado el paisaje de nuestros afectos, cómo aparecen y desaparecen personas que amamos o que jugaron un papel trascendental durante mucho tiempo. Y nos acostumbramos a las llegadas y a las ausencias como mismo soñamos cada noche sin saber adónde viajaremos, ni si ese sueño, que parece tan real, seguirá su curso en otras dimensiones que no alcanza a entender nuestro entendimiento. Siempre me ha seducido la figura del doble en la literatura, sobre todo desde que leí muy joven un cuento de Poe titulado William Wilson, en una prodigiosa traducción de Julio Cortázar. En la ficción podemos recrear los sueños imposibles de la vida. A lo mejor es cierto que nos repetimos millones de veces en el universo y que nunca nos marchamos para siempre. Esa teoría, como la de los sueños que no comprendemos, también te tranquiliza porque sabes que todo amor es eterno y que todo afecto se multiplica hasta la infinitud del tiempo. Pero uno teme que los canallas también se repitan como se repiten cíclicamente en la historia con el mismo discurso excluyente y la misma arrogancia altanera. Por eso seguimos buscando casi todas las pistas en la literatura, cuando leemos y cuando escribimos, para inventarnos mundos nuevos, sueños que se parezcan a los sueños, y también toda esa física cuántica que nos permite viajar en el tiempo a través de las palabras. A veces uno siente que habita una ficción que alguien escribe en otra parte del universo: puedes verlo como una imagen divina o como el simple pensamiento de alguien que también trata de descifrar el arcano de su existencia. Aún hoy, por más que sepa que el planeta es redondo y que el sol que nos alumbra a nosotros iluminará luego a los australianos, me quedo mirando al horizonte de todos los crepúsculos como si más allá sucediera un milagro lejano, como si ese horizonte no terminara nunca en ninguna parte y encendiera de colores luminosos el cielo antes de inventar un mundo nuevo que no alcanzan a ver nuestros ojos. Quizá esto que escribo no sean más que bosquejos de mi último sueño. Nos negamos a buscar más allá de lo que tenemos delante y de lo que creemos que es cierto, y hay cuestiones de la vida humana que no se entienden sin las metáforas y sin mirar con humildad hacia la inmensidad del universo. Como si todo fuera un sueño.

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