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Fue mi primera vez en la Sima de Jinámar, pero la espera mereció la pena. Este viernes me acerqué a la sentida despedida que familiares y excompañeros le brindaron a Domingo Valencia, el último icono antifranquista de Canarias. Lo hice por trabajo, pero todo el simbolismo que rodeó a aquella tarde provocó que me sintiera, pese a no haberle conocido, como un amigo más de este miembro del PCE que luchó durante 40 años por la libertad de un país entero. El cielo gris y la ligera lluvia potenciaron la emotiva carga de un precioso acto que contó con la vibrante música de un clarinete y un violín, las sinceras lágrimas de sus seres queridos y la respetuosa admiración de los excompañeros de partido. Fue un reconocimiento al desinteresado servicio que prestó Valencia durante casi toda su vida.

No pude evitar la tentación de asomarme al tubo volcánico de la Sima, aquel que el bando sublevado convirtió a finales de los 30 en una fosa común. Allí ejecutaban a los presos republicanos y tiraban sus cuerpos al fondo sus más de 80 metros de altura. Algunos aún con vida. El homenajeado, que falleció hace dos semanas a los 99 años, se salvó porque cuando lo condenaron a muerte por su resistencia antifascista solo contaba con 15. Fue el sentenciado más joven en las islas durante la Guerra Civil y también era, hasta el pasado 28 de noviembre, el último superviviente de los represaliados de San Lázaro. Entre medias, años de torturas y humillaciones en los distintos campos de concentración. Unas experiencias traumáticas que años más tarde no silenció para inquina de aquellos que, una vez terminado el tiempo de terror de la dictadura, pretendían pasar página como si nada. Pero Domingo recordó, detalló y relató la crueldad del franquismo y sus vivencias están almacenadas y serán reproducidas por las generaciones venideras.

Debe haber perdón para poder avanzar. Pero sin olvido, no solo por evitar que se repita la barbarie, sino también por respeto a la memoria de todos aquellos que pelearon por los derechos que hoy nosotros disfrutamos. De ahí la importancia de la Ley de Memoria Histórica. Esa que algunos, por los cadáveres que esconden, pretenden eliminar. Ojalá el Cabildo cumpla con su palabra y acometa la exhumación de este agujero del horror para que las familias de los más de 100 cadáveres que, 80 años después, siguen en la Sima de Jinámar puedan rendirle la sepultura que merecen.

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