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He asistido a dos manifestaciones en menos de diez días. La del 8 de marzo, Día de la Mujer, la más concurrida movilización feminista que se ha producido en Las Palmas de Gran Canaria, situación que se ha repetido en muchas ciudades del Estado; y la también muy numerosa de la mañana del pasado sábado en reivindicación de unas pensiones de jubilación justas y sostenibles.

La primera, muy transversal en todos los aspectos, también en el generacional, pero con un gran componente joven. Una de las movilizaciones más alegres y vivas que recuerdo. Creativa en las consignas, así como en las pancartas y carteles. Un golpe a las conciencias y un ¡basta ya! a la eterna postergación de las justas reivindicaciones de la mitad de la humanidad.

Con una agenda centrada en la exigencia de acabar con las brechas salariales (que luego se extienden a prestaciones y pensiones), con su casi exclusividad en los cuidados y su predominancia en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos e hijas. Así como el rechazo a las distintas violencias –malos tratos, acoso, violaciones o prostitución- que padecen. Y que tienen un factor común: el machismo que, está presente en todas las esferas de la sociedad.

Tengo la impresión de que el feminismo, uno de los movimientos más transformadores de la política y, asimismo, de lo que tiene que ver con lo cotidiano, pero que ha sido hasta ahora patrimonio de minorías bien informadas y activamente militantes, dio un enorme paso con esta convocatoria. Confirmando que su trabajo de hormiguita ha ido logrando impregnar a cada vez más capas sociales y en los más diversos ámbitos de actuación. Y que esa marea violeta, ese tsunami que nos hace más iguales y mejores, también a los hombres, resultará imparable. Afortunadamente para la humanidad.

El que algunas personas y formaciones políticas que denigraron abiertamente la convocatoria (“elitista, ajena a las mujeres reales”, “las mujeres aprovecharán para ir a la peluquería”, ¡ay Pepa!, “son reivindicaciones anticapitalistas”, etcétera) en las semanas previas intentaran apropiarse finalmente de su éxito, solo demuestra el calado profundo de la misma.

Y el también profundo, a veces incluso repulsivo, oportunismo y demagogia del que hacen gala algunos dirigentes partidarios, capaces en este tema, como en el de la prisión permanente revisable, de argumentar ayer una cosa y hoy justamente lo contrario. Sin inmutarse, sin ponerse colorados, solo por conveniencia y aprovechamiento electoralista. Aún cuando sea con asuntos especialmente sensibles en los que nunca se debe actuar con las tripas.

Pensiones. La segunda movilización, con una media de edad mucho mayor, con menos gente joven y muchos hombres y mujeres jubiladas o en las cercanías de hacerlo, es también la más numerosa que se ha producido en el asunto de las pensiones. Durante varios años eran claramente minoritarias. Las he visto de apenas unas decenas de voluntariosos manifestantes, generalmente vinculados al mundo sindical. Ahora hay, además, plataformas específicas.

Ha sido determinante la situación que han padecido durante la crisis económica, en la que muchos pensionistas han sacado adelante a sus descendientes directos, afectados por el desempleo o que tienen trabajos precarios y mal pagados, y hasta a sus nietos; y, encima, han tenido que soportar copagos que reducían aún más su poder adquisitivo.

La práctica congelación de sus ingresos este año (pese a la mayor subida el coste de la vida) y, sobre todo, la ministerial cartita anunciándoles una subida del 0,25%, fueron un detonante perfecto para aglutinar y transformar el cabreo en organización y movilización.

A lo que ha contribuido también la altanería y, a veces, la respuesta chulesca de portavoces conservadores, espetando a los pensionistas que no están tan mal, sin darse cuenta de que en el colectivo hay un amplio porcentaje situado en riesgo de pobreza por sus bajos ingresos; y que, en cualquier caso, merecen respeto, y no una reprimenda por parte de políticos con escasa sensibilidad y nula empatía.

Blindaje. Es un asunto complejo y en el que no hay soluciones sencillas e inmediatas. No es verdad que esto se arregle con el dinero del rescate de las autopistas ni con otras medidas muy tuiteras. Su sostenibilidad, su blindaje presente y futuro, requiere más y mejor empleo (y, por tanto, cotizaciones más altas), contundente persecución del fraude y, con toda seguridad, complementar su alcancía con partidas provenientes de los Presupuestos Generales del Estado.

Lo que obliga a revisar la fiscalidad. La presión fiscal en España es del 34%, lejos del 40,2% de Alemania, el 42,7% de Italia y Austria, el 44,5% de Suecia, o los casos de Francia o Dinamarca, que superan el 47%. Y, además, en España la cargas fiscales recaen especialmente en trabajadores y familias, estando lejos de un modelo progresivo y justo.

Pero volvamos a la manifestación. Muchos de los hombres y mujeres que allí estaban lo hacían pensando no solo en ellos, sino en las generaciones que vienen detrás y a las que se amenazan con pensiones aún más raquíticas, cuando no con la eliminación del sistema público y su sustitución por pensiones privadas. Son personas que, en muchos casos, están contribuyendo con los ingresos de su jubilación a apoyar la formación de sus hijos e hijas, a mitigar los problemas que causa el desempleo o la precariedad laboral en sus descendientes.

Con muchas de esas personas coincidí, hace ya cuarenta años, en distintas manifestaciones, en La Laguna, Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas de Gran Canaria, por objetivos bien diferentes –la amnistía, las becas estudiantiles o las reivindicaciones de los derechos laborales básicos-, en la transición y en los primeros balbuceos democráticos; décadas más tarde, asimismo, en las masivas movilizaciones contra el militarismo y la guerra o en otras centradas en la defensa del territorio y del medioambiente.

Tienen (más precisamente, tenemos) mucho menos pelo que entonces y/o las canas se han ido imponiendo. Pero ni estas, ni algún inevitable achaque, han podido, se confirmó el sábado en Canarias y en toda España, con sus ganas, con su solidaridad, con sus compromisos cívicos y con sus enormes convicciones de equidad y justicia.

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