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El pacto abortado

Jueves, 1 de enero 1970

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El PP de Canarias quiso dejar claro ayer que su posición en la negociación del pacto con Coalición Canaria no estaba condicionada por el encuentro de Fernando Clavijo con la secretaria general del PP y ministra de Defesa, María Dolores de Cospedal, ni por el que se celebra mañana con Mariano Rajoy. Minutos antes de la reunión en Santa Cruz de Tenerife entre Cospedal y Clavijo, la secretaria general del PP de Canarias, María Australia Navarro, anunciaba la ruptura de las negociaciones y la renuncia de su partido a entrar en el Gobierno. Zanjaba así la posición de medianeros en la que los colocó CC en los medios de comunicación anunciando que el pacto se resolvía en Madrid y no en Canarias. Antona dejó claro ayer lo que ha venido explicando en público y en privado, que tenía las manos libres para entrar o no entrar en el Gobierno y que ha decidido no entrar.

Esta decisión se veía venir. Ni el PP de Canarias quería un pacto sin poder ni CC romper su equilibrio interno. Antona nunca estuvo convencido de que entrar en el Gobierno de Clavijo, a estas alturas del mandato y con lo que le ofrecían, fuese lo mejor para su formación política y para él mismo. Fernando Clavijo quería estabilidad para su Ejecutivo, quería lo razonable, pero pudo más su partido y las necesidades de equilibrio interno. Como dijo en algún momento un significado miembro nacionalista: «Es preferible la tormenta parlamentaria permanente que poner en peligro el sistema de equilibrios internos del partido en el reparto del poder». Desde estas tres premisas comenzaron las negociaciones: Clavijo buscando estabilidad para su Gobierno, su partido restándole posibilidades y el PP escasamente convencido de que tenía que entrar en ese Gobierno.

La presión de los barones en CC pronto se hizo sentir en la Presidencia del Gobierno desde que se comenzó a hablar de remover el equilibrio alcanzado tras la salida del PSOE del pacto, en diciembre del pasado año. Los herreños fueron los primeros que advirtieron sobre su posición en CC al ver su área en manos del PP. Le siguió Lanzarote y Fuerteventura que exigieron el mismo reparto y, finalmente, Pablo Rodríguez también sacó la tarjeta roja a pesar de estar resignado y haber acordado su paso a un cargo menor. Barragán propuso al PP descafeinar consejerías y cruzar cargos, que, en el fondo, no era otra cosa que conformar al PP con títulos de cara a la galería y no dejar tirados a los suyos en los puestos donde realmente se manda.

En el PP ha habido distintos pareceres sobre la conveniencia de entrar o no en el Gobierno. Antona siempre fue el primer escéptico. «El pacto sale a pesar de las pocas ganas de Asier», me aseguraba hace unos días un dirigente del PP de Canarias. Pero Antona, en su fuero interno, no estaba convencido. Cree que tiene que legitimarse en las urnas, que su liderazgo pasa por “comer oposición”, llegar a las elecciones sin pesos encima de sus hombros, obtener un buen resultado y después recuperar y articular el poder del partido. Cree que lo debe hacer con sus propias fuerzas, sin coche oficial ni dinero para repartir y ganar influencia, con sus propias manos. Su legitimidad depende de recuperar posiciones como se ganan en democracia, en las urnas. No debe nada a nadie. Algunos lobbies presionaban para coger cotas de poder desde las que volver a recuperar protagonismo y Antona cede a regañadientes y pone condiciones que filtra adecuadamente a la prensa. Pide lo que sabe que no le van a dar y lo que más daño hace al equilibrio interno de CC y más puede molestar a la privilegiada relación que el Gobierno tiene con los empresarios. Logra revolver las aguas en CC y crear problemas a Barragán que comienza a recibir llamadas inquietantes de sus barones insulares.

Madrid no quiere maltratar a CC ni al Gobierno de Clavijo, pero tampoco le va la vida en ello. «A fin de cuentas están amarrados, nos necesitan en Canarias», explica un dirigente del PP en Génova. Antona también lo tiene claro. Sabe que el único límite que le ha puesto Rajoy en su último encuentro en La Mocloa, celebrado hace un mes, es el de asegurar la gobernabilidad de la Nación, esto es, o significa, una equidistancia razonable entre los intereses de CC y del PP, mediados, y esta es la gran novedad, por los de Nueva Canarias, actor imprescindible en este escenario político. Las tesis de Antona prosperan en Madrid donde se convencen de que la mejor manera de mantener ese equilibrio es quedarse en la oposición y entregarse al juego político de las coyunturas en las que unas veces ganan unos y otras otros, en la que los apoyos van y vienen y no están sujetos a papeles firmados. A fin de cuentas ese es el sello de la política en España y Canarias no podía estar al margen. Entrar en el Gobierno era entregar el último aval, la última carta a CC, entregarse definitivamente, perder la independencia y la posibilidad de distinguirse de sus principales adversario políticos en las urnas. Los plazos establecidos, las batallas por los impuestos, los programas, las dilaciones y las consejerías son solo ropajes de una decisión que estaba muy mascullada en Canarias y en Madrid, abortar el pacto.

Coalición Canaria seguirá jugando su baza, Madrid, pero sabiendo también que es limitada, que tendrá que negociarlo todo, absolutamente todo y que en este juego su posición es la más débil. Lo es porque el Gobierno está en minoría, sujeto a la inestabilidad, porque Antona no tiene nada que perder, solo puede jugar a empatar o ganar, y Nueva Canarias está dispuesta a poner en valor todas sus bazas, que no pasan, en estos momentos, por un pacto de paz nacionalista, sino por condicionar al Gobierno y dirigirlo desde fuera, desde el Parlamento de Canarias y desde Madrid. Lo hará con la ayuda del PSOE que salga de las primarias, sea el que sea, que para eso tienen una alianza con Pedro Sánchez, parar a Podemos en Madrid.

Por lo pronto María Dolores de Cospedal no ha dicho nada, lo que ya es sintomático de la coordinación con Antona. Falta saber si interviene Rajoy más allá de lo que ya ha dicho a los suyos. No parece razonable que lo haga y menos que cambie los criterios, lo que significará arrastrar por el barro a Antona el resto de la legislatura cargando con una decisión equivocada y desautorizado. Por lo pronto lo que se otea con mayor veracidad son dos años de guerra de guerrillas, que es lo que podrá practicar el PP desde la «oposición controlada» en la que se sitúa, pero desde la que puede ocasionar a CC bastantes desperfectos. Ambos partidos se repelen pero se necesitan y se podrán hacerse sangre o apoyarse en determinadas coyunturas porque tanto vale el voto de Ana Oramas en Madrid para Rajoy como el de Antona para Clavijo en Canarias.

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