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Apelar al «mandato de las urnas» o decir que «la sociedad ha hablado» son dos expresiones que no por ser falsas dejan de adornar día sí y otro día también las páginas de los periódicos y las opiniones de los todólogos (mayoritariamente ellos). Lo cierto es que las urnas no mandan mensajes unívocos según el interés del opinador, pues solo conceden el derecho a ocupar un puesto a las personas que resultan elegidas. Y no es menos cierto que la sociedad en su conjunto es muda, pues quienes tienen derecho al voto son las personas particulares tomadas de una en una.

Por tanto, es absurdo afirmar que, a través de las urnas, la sociedad ha pedido a los partidos que pacten o dejen de pactar, pues lo normal es que una persona deposite su voto deseando que gane su candidato o candidata y, a ser posible, por una mayoría tan absoluta que le permita ejecutar su programa de cabo a rabo. A partir de la confianza recibida en las urnas por la ciudadanía, cada candidato o candidata debería administrarla y, en conciencia, hacer lo que entienda que está más en consonancia con la campaña realizada.

Lo que sí es se puede dar por seguro es que lo que vota la ciudadanía de un determinado municipio se refiere, en exclusiva, a ese municipio, sin que sea imaginable que, pongamos por caso, alguien de Las Palmas de Gran Canaria vote a un partido de izquierda pensando en que gobierne en su ciudad el candidato de la derecha para que en el Cabildo el tercero gobierne gracias a los votos del primero y del quinto. Es por esto por lo que a los famosos «pactos en cascada» solo cabe etiquetarlos como un colosal ejercicio de cinismo y una manipulación lamentable de la intención de quienes votan. En caso contrario, habría que preguntarse la razón de que haya urnas diferentes para las votaciones y también la misma existencia de las circunscripciones electorales.

Podrá resultar muy molesto, incluso traumático, que, según qué intereses, un Gobierno regional o incluso nacional se malogre por esa circunstancia, pero lo cierto es que el voto debe respetar la circunscripción a la que se refiere, pues resulta el colmo de la sinvergonzonería que unos municipios sirvan de moneda de cambio para lo que suceda en otros, como si los gobiernos municipales o los cabildos no sirvieran para otra cosa que para el reparto del botín entre cretinos que vienen desarrollando su actividad política con el mismo desparpajo con el que pasan un sábado por la noche en el casino.

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