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El fracaso de Sánchez

El fracaso de Sánchez

Jueves, 16 de julio 2020, 17:42

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Pedro Sánchez tomó ayer la mejor decisión en sus 240 días de mandato, el más corto de la historia de la democracia. El bloqueo que sufría su Gobierno no permitía otra opción sensata que dejar que sean los españoles los que decidan el 28 de abril si sus propuestas son las que necesita España para avanzar o se debe dar paso a otro gobierno, con otras mayorías y otras propuestas para los grandes problemas del país.

Resistir en la Presidencia del Gobierno ha sido el único objetivo de Sánchez en este breve paréntesis propiciado por una rocambolesca y atípica moción de censura, la primera de la democracia, que protagonizó el PSOE con la izquierda radical y el independentismo. Otra decisión, mantenerse en el Gobierno, sólo le ha llevado a una agonía dolorosa frente a una derecha más movilizada, organizada y coordinada que nunca, un independentismo echado al monte, un juicio en el Tribunal Supremo que marcará el futuro de España y del gobierno, unos socios parlamentarios bastante díscolos y un PSOE quebrado por la acción de un presidente que espanta las ideas centristas de sus votantes de izquierdas. Confraternizar con el independentismo catalán, el propio diálogo, las concesiones a Cataluña, la debilidad del Ejecutivo y sus propios escándalos han aterrorizado a los barones territoriales que han hecho llegar a Sánchez, en público y en privado, su malestar y sus miedos electorales.

Pedro Sánchez ofreció ayer un relato, electoralista, injusto, distorsionado y poco autocrítico de su gestión en estos últimos 240 días de gobierno. Un alegato que se puede considerar el primer mitin de la campaña electoral que llevará a los españoles a las urnas. No se puede culpar a los independentistas y a la oposición del fracaso de su gestión. Después de haber llegado como llegó a la presidencia y de su debilidad parlamentaria no podía esperar colaboración alguna de la oposición, de un herido PP que fue expulsado del poder. Sí la podía esperar de los que apoyaron su ascenso a La Moncloa, los independentistas; pero fueron éstos los primeros en traicionarlo y asfixiar cualquier posibilidad de que su gestión tuviese futuro. Aquella moción, la que le ha llevado a ser el presidente más breve y cuestionado de toda la democracia, fue, desde el principio un error. Nació para echar a Mariano Rajoy de la presidencia y crearle un problema al PP, pero no para que surgiese un Gobierno débil, en manos de los independentistas y de Podemos. El primer Ejecutivo de Sánchez, aquel de la ilusión, ideado para seducir a España y convocar elecciones de forma inmediata, no sólo se resquebrajó por las zonas oscuras de alguno de sus ministros, sino que no ha tenido capacidad alguna para ejecutar las políticas que anunciaron. La debilidad parlamentaria ha sometido al Gobierno a sacudidas reiteradas, a gobernar a base de decretos y a estancar cualquier iniciativa legislativa.

Los errores de Sánchez, su debilidad, no pueden ser atribuibles en democracia a la oposición como hizo ayer el presidente del Gobierno para justificar su fracaso. La oposición cumple con su deber que no es otro que poner de manifiesto, y de forma relevante, los errores de quien ostenta el poder ejecutivo y hacer de contrapoder allí donde puede. Estamos ante una oposición, herida, con ganas de retomar el poder que le arrebató Sánchez regenerada hacia la derecha y muy bien organizada. La alternativa a Sánchez es una derecha dividida en varias facciones, pero con objetivos comunes, como han demostrado en su asalto al poder en Andalucía y con rasgos ideológicos más acentuados con los que se pretende dar seguridad a los votantes frente al desbarajuste e incertidumbre en temas de vital importancia que han vivido los ciudadanos en estos ocho meses de Gobierno.

Si algo ha conseguido Sánchez en esta breve legislatura es dar aire a la derecha. Advertir ahora sobre los peligros que nos acechan está bien como discurso para la izquierda, pero tengo la impresión de que solo logra apuntalar las convicciones de miles de indignados con sus políticas y frustrados de la blandura del PP en estos últimos meses. El escenario que deja Pedro Sánchez ya lo adelantó la contienda electoral en Andalucía. Una derecha dividida en tres, pero con objetivos comunes y dispuesta a echar a la izquierda. Y por el otro lado una izquierda desconcertada, desanimada y desunida a la que le queda como argumento ante sus votantes e indecisos el miedo a la extrema derecha.

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