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Generalizar es injusto. Medir a todos por el mismo rasero significa alejarse de la realidad. Pero si alguna vez le presentan a alguien que se califica como poeta, le recomiendo que se ponga en guardia. Repito. No todos son iguales, pero sí que abundan los que se atribuyen las singularidades que parece que deben tener los poetas de verdad: ser unos estirados, caminar como si levitaran sobre las aguas y. considerar su talento tan complejo y trascendental como a día de hoy es que se encuentre un remedio para el maldito virus que nos ha fastidiado y cambiado la vida.

Pero los poetas que sí lo son de verdad, por lo general, sin generalizar, lo reitero, son, como casi todos los autores, un reflejo de sus propias creaciones. Si usted tiene la fortuna de tropezarse y conocer, aunque sea durante un ratito, al grancanario Pedro Flores descubrirá a un poeta. Uno de los grandes, no porque lo diga yo, que soy un don nadie que en contadísimas ocasiones transita por la lectura de volúmenes dedicados a este género. Esa consideración se la ha ganado ante la crítica especializada y los jurados de buena parte de los concursos locales, regionales y nacionales de este país, que caen rendidos ante sus poemarios. También tendrá la suerte de conocer a una persona que tumba todos los tópicos que se le atribuyen al género. No solo cuando escribe, sino cuando camina o conversa. Las cursiladas, el postureo y la prepotencia no son parte de su credo vital. Es más, se burla, sin ambages y con conocimiento de causa de los que se vanaglorian de esos principios poéticos.

El don de la pobreza es la última de sus creaciones en aterrizar en las librerías, tras lograr el Premio Flor de Jara de Poesía 2019. No voy a entrar a detallar lo que se va a encontrar en sus páginas, pero sí que le adelanto que, salvo que usted sea un témpano de hielo o un cursi (con perdón), protagonizará una de esas lecturas de las que no se olvidan. Repleta de personajes y reflexiones poco convencionales, en las que el aroma de su admirado Vallejo es incuestionable, junto a tipos tan peculiares como ese padre al que en casa llamaban Houdini, unos ratones de laboratorio, un baypass coronario que se confunde con el Halcón Milenario de la Guerra de las Galaxias, y un putero fallecido al que llamaban Ratoncito Pérez...

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