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El argumento de la memoria

El argumento de la memoria

Jueves, 1 de enero 1970

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El Puerto de Las Nieves de Agaete es un paisaje que uno lleva siempre a todas partes. Está a salvo en mi memoria, con el olor, las rocas y los charcos que ya no existen, y también con la textura de la arena de la playa entre los dedos de los pies después de las grandes mareas. Estos días he leído el primer tomo de las memorias de Juancho Armas Marcelo y, además del Huerto de Las Flores, donde su abuelo Frasco organizaba tertulias que no creo que se hayan repetido nunca en las islas, por la belleza y la frondosidad del lugar y por la importancia de los asistentes (Tomás Morales, Saulo Torón, Alonso Quesada...), Juancho rememora poéticamente ese mismo paisaje costero que llevamos a todas partes los que descubrimos buena parte de nuestro canon de belleza en Agaete.

Después de la presentación de su libro hace unos días, fuimos a cenar con unos amigos y salió el tema de la construcción del macromuelle. Ya nosotros habíamos sufrido el impacto, creo que incurable, de comprobar cómo desaparecía el horizonte del océano visto desde la avenida o desde la orilla de la playa. Esa herida nunca se cierra, y puede que nos ayude a escribir un poco mejor, porque escribir es recomponer lo perdido, y ese primer muelle se llevó buena parte de nuestra infancia, que ya decía Rilke que era el único paraíso.

Cuando lean este primer tomo de memorias titulado Ni para el amor ni para el olvido descubrirán ese Agaete que vivimos los que tuvimos la suerte de ser niños y jóvenes enamorados en esa playa y en esos paisajes. Nosotros escribimos, es nuestra única manera de entender el mundo, y seguiremos escribiendo sobre Agaete aunque se empeñen en destrozarlo cada día un poco más con diques innecesarios y especulativos. Escribo estas palabras consensuadas con el maestro Armas Marcelo. Los dos nos unimos a todos los que tratan de que no afeen lo que la naturaleza hizo bello. No vemos la necesidad, ni económica ni social, de que se construya ese macromuelle en el paraíso de nuestra infancia, sobre todo cuando, según parece, el pueblo de Agaete lo rechaza de forma mayoritaria, y no conocemos ningún pueblo que no quiera prosperar económicamente. Pero el paisaje del Puerto de Las Nieves también es un patrimonio de todos los habitantes de este planeta que han pasado por allí y han sentido esa sensación de que a veces, aunque nos parezca mentira, el mundo está bien hecho.

Siempre regresaremos a Agaete. Es un destino. Una rama de nuestros respectivos ancestros viene de esos paisajes y, por tanto, también nuestra memoria atávica conserva intacto el olor de las barcas cuando llegaban a las playas de callaos y de arena negra. Los que escribimos contamos ese paisaje en nuestras novelas y en nuestras memorias, en la recreación de esas olas que siguen resonando todo el tiempo en nuestras cabezas. No dejemos que los que vengan después de nosotros pierdan esa posibilidad de seguir escribiendo. La primera ampliación del muelle, la que borró para siempre las rocas y los charcos a donde sigue llegando la marea de nuestra memoria más lejana, ya fue un golpe tremendo para muchos de nosotros. Ese segundo dique afeando aún más el horizonte sería una ofensa imperdonable contra nuestros propios recuerdos, una ingratitud hacia un espacio que nos enseñó a buscar siempre la belleza.

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