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Del cuadro de Basquiat a ‘Twin Peaks’

Jueves, 1 de enero 1970

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Viendo la noche del lunes los dos primeros episodios de la nueva temporada de la serie Twin Peaks, recordé un intercambio de mensajes por teléfono móvil entre varias personas a cuenta del récord conseguido en una subasta por un cuadro de Basquiat. Uno de los interlocutores se preguntaba cómo alguien pudo pagar 99 millones de euros por un lienzo del artista, al tiempo que otro interpelaba sobre el grado de cutrerío (sic) de los «manchurrones». Confieso que, como no soy entendido en arte, evité hacer comentario alguno, aunque admito que de Basquiat me atrae más su historia personal que su obra.

Y digo que recordé lo de Basquiat porque supongo que más de un espectador despistado que se sentó ante el televisor atraído por la tan espectacular como repetitiva campaña de publicidad que rodeó lo nuevo de Twin Peaks, también se habrá preguntado cuánto costó esa genialidad de David Lynch. De hecho, menos mal que esta remesa de episodios no se emite en un canal en abierto, porque no habría llegado a la segunda entrega ante la evidencia de que el índice de audiencia habría sido bajísimo. Es más, muchos espectadores doy por seguro que salieron espantados ante lo que veían en la pantalla.

¿Pero tan mala es la nueva Twin Peaks? Ni sí ni no. Es que todavía resulta imposible definir lo que está viendo el espectador. Casi como lo que nos sucede a muchos con los cuadros de Basquiat. Así, uno no se sorprende porque la deriva de Lynch hacia su propio mundo onírico ha ido a más en los últimos años, y lo ha hecho de forma exponencial. Pero ya empieza a dar la sensación de que el director se divierte despistando al público, incluso al más fiel, además de tomarle el pelo a los productores. Es como si a Lynch le hubiesen comprado lienzos gigantes como los de Basquiat, le regalasen quintales de pintura y brochas a docenas y le hubiesen dicho: «Pinta lo que te dé la gana, que el mercado lo va a comprar a precio de oro». Y eso es lo que ha hecho.

Dicho todo lo anterior, sobra decir que me mantendré fiel a la cita porque quiero saber si el rompecabezas ofrecido en los dos primeros episodios tiene explicación alguna. Asumiendo, por supuesto, que no será así. Pero ya se sabe que lo divertido en esto del arte, y quizás en la vida, no es el premio que pueda haber en la meta, sino el camino, la búsqueda, el ejercicio de mantener viva la llama de la duda mientras se contempla un nuevo episodio... y luego otro, y otro. Hasta llegar a la conclusión de que lo mejor de Twin Peaks no fue lo último, sino el recuerdo.

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