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Déjame seguir amando

Sábado, 22 de julio 2017, 09:01

Grupos ultraderechistas de varios países europeos han puesto estos días a patrullar por el Mediterráneo un barco con la única pretensión de devolver a los desesperados inmigrantes que pretenden llegar a las costas europeas a las autoridades libias, acusadas, por cierto, por organizaciones internacionales de violaciones sistemáticas de los derechos humanos de los migrantes. Se trata, dicen, de poner fin a la «invasión» que está sufriendo el viejo continente. De nada les sirve que las cifras les quiten contundentemente la razón: solo el 6% de la población europea es musulmana, el 4% en España.

Paralelamente ministros europeos, caramba qué coincidencia, alertan del efecto llamada que producen los barcos de las organizaciones humanitarias que intentan evitar que el Mediterráneo sea cada día que pasa una tumba gigante que engulle a más y más seres humanos que escapan del hambre y la barbarie. Mientras, el ministro español del Interior, Juan Ignacio Zoido, señala que no somos responsables de que muchos inmigrantes decidan iniciar un peligrosísimo camino en busca de una vida mejor ni que en éste caigan en manos de mafias de tráfico de personas. Como si la historia no fuera con nosotros.

En China, mientras tanto, deciden censurar a Winnie the Pooh porque, como quiera que alguien comparó a este tierno e inocuo osito con el presidente del país, Xi Jinping, lo consideran un peligroso símbolo político.

Por aquí cada vez hay menos asalariados medios y más personas con sueldos bajos, hasta el punto que si antes de la crisis los mileuristas se encuadraban en los salarios bajos, hoy para muchos el reto es lograr los 800 euros mensuales, lo que no quita que la oficialidad se jacte del crecimiento del empleo y el presidente confiese estar cansado de los «chismes» de la política, esa que cada día salpica la corrupción por una esquina y otra.

Más cerca aún nos encontramos con unos nacionalistas que se encomiendan a Madrid para seguir estando, aunque lo que les guía, se atreven a decir, «sean los principios y cambiar las cosas»; y un alcalde, el de Las Palmas de Gran Canaria, que presume de que la ciudad va a tener en los próximos años la mayor inversión de las últimas décadas, silenciando que su partido votó en contra de esas cuentas del Estado que permitirán esos sustanciosos ingresos. Y no faltan, tampoco, los que solo presentan estudios y más estudios, mientras nada concretan.

Con este panorama qué menos que recordar a la Orquesta Platería, aquel grupo formado en Barcelona en 1974 para una sola actuación en la mítica sala Celeste, en la que iba a interpretar música popular de baile de los años 40, 50 y 60. Fue tal el éxito que la demanda le exigió continuar por escenarios de toda España, consiguiendo, incluso, un disco de oro. Muchas de sus versiones son inolvidables. En una de ellas su solista, Manel Joseph, con su inconfundible voz, como si hiciera un retrato del tiempo presente, canta con desgarro: «Mundo cruel, despiadado, déjame seguir amando, porque sé que debo irme, pero nadie sabe cuándo».

Pues eso, que así las pinten calvas que, al menos, nos dejen «seguir amando». Vale la pena.

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