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Cataluña, ahora la política

Jueves, 1 de enero 1970

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Más allá de la calificación -sedición en lugar de rebelión- por el Tribunal Supremo (TS) de los delitos cometidos. Más allá del alcance de las penas, desproporcionadamente duras en mi opinión, del sufrimiento para los condenados y para sus familias. Más allá de la muy distinta interpretación que se hace de la sentencia en España y en Cataluña. Más allá de los asociados elementos emocionales que conlleva. Más allá de la negación por el Supremo del «golpe de Estado» del que hablaban las derechas patrias. Más allá de los recursos que las personas condenadas puedan presentar ante el Tribunal Constitucional y ante la justicia europea. Más allá de las masivas movilizaciones y el riesgo de radicalismos. Más allá de la influencia de los hechos, perversa casualidad, en período electoral, etapa hiperbólica, propensa a excesos verbales y a variadas demagogias, justo lo que menos se precisa en estos momentos.

Más allá de todo eso, el problema de partida persiste y no termina con la sentencia dada a conocer este lunes, con penas ajustadas para muchos, excesivas o cortas para otros tantos. Y alguna solución al mismo habrá que intentar buscar. Salvo que aceptemos que se trata de un conflicto por completo irresoluble ante el que nada hay que hacer. Circunstancia que no solemos admitir ni siquiera en el caso de los más enconados enfrentamientos bélicos. Siempre hay vías de solución, siempre es posible abrir espacios de diálogo para acercar las hoy muy alejadas posiciones. Para eso está la política. La que hasta ahora ha fracasado rotundamente, lo sé.

La última década ha sido de una enorme intensidad en la vida política catalana. En las instituciones. En la calle. Con la respuesta mayoritaria al desguace por el Tribunal Constitucional de un Estatut votado favorablemente por dos tercios de su Parlamento y ratificado en referéndum por la ciudadanía; también por el Congreso de los Diputados. Circunstancia que abrió una profunda brecha que está lejos de cerrarse.

Como he señalado en otras ocasiones, lo que debió servir para facilitar el encaje, acordado y con amplio apoyo ciudadano, de Cataluña en el Estado español durante muchas décadas, se transformó, por gravísimos errores, en la apertura de un proceso en el que aumentó de forma extraordinariamente rápida el número y porcentaje de personas favorables a la independencia. Hombres y mujeres entre los que una buena parte no se siente en absoluto nacionalista, pero que consideran que se ha maltratado a su tierra de forma tan grave como intencionada al recortar sustancialmente un Estatut que contaba con los máximos apoyos.

Los acontecimientos no han dado tregua en los últimos años. La participación de cientos de miles de personas en las manifestaciones soberanistas de cada Diada. La consulta del 9 de noviembre y el referéndum del 1-O. El amague de declaración de independencia -sin legalidad ni mayoría suficiente para semejante decisión- y la posterior aplicación del artículo 155 que suspendía la autonomía catalana. La inmediata detención de líderes soberanistas y la marcha al exterior de algunos de ellos, con Puigdemont a la cabeza. La huida de Cataluña de las cabeceras de numerosas empresas.

elecciones. Las elecciones catalanas celebradas tras el levantamiento del 155 no cambiaron mucho las distancias en escaños entre los dos bloques, con una mayoría independentista que llevó a Quim Torra a presidir la Generalitat. La única diferencia es que Ciudadanos se erigió como primera fuerza política en votos y en escaños, algo que, según todos los sondeos, ha dilapidado por completo con su radicalismo y frentismo en un muy corto espacio de tiempo. En mi opinión, se equivocan gravemente los que, como Ciudadanos y PP, tienen como único programa el 155. Como se equivocan los que representando aproximadamente la mitad de la ciudadanía quieren imponer la independencia.

Hoy sería el PSC la principal referencia de los que rechazan el independentismo. Y, en el otro espacio, ERC se pondría claramente por encima de los exconvergentes. Los más extremistas retroceden, algo es algo; aunque considero que no suficiente. Todo apunta a que en unos comicios catalanes la situación no cambiaría mucho con relación a la anterior convocatoria. Seguirían dos bloques muy definidos, con los independentistas por delante en escaños. Pero, como señalaba antes, el liderazgo de ambos cambiaría: los de Junqueras se destacarían claramente de los de Puigdemont, y quedarían como primera fuerza política en la Cámara. Y los de Iceta harían lo propio con los que hasta hace bien poco dirigía, con continuo show, Inés Arrimadas -sustituida hace unos meses por Lorena Roldán-, copando los socialistas la segunda plaza en el Parlament tras ERC.

Recientemente el Real Instituto Elcano, nada sospechoso de veleidades soberanistas, daba a conocer su análisis de la situación actual de Cataluña, que ve inmersa en una crisis territorial tan profunda como duradera. Y, pese a ello, considera que hay una oportunidad. «Cataluña y toda España tienen el potencial y la responsabilidad de convertirse en referentes exitosos de autogobierno amplio, concordia entre sentimientos nacionales complejos y unidad en la diversidad, ayudando así a canalizar conflictos identitarios similares», señala en sus conclusiones.

artículo 155. El documento descarta la utilidad de la aplicación permanente del 155 -muy presente en los discursos de la derecha española- y, asimismo, de la unilateralidad que defienden buena parte de los independentistas y de la que parece alejarse ERC. Reconociendo que, ahora mismo, es muy difícil buscar una salida que pueda contentar a las dos partes en conflicto. «No es imposible un nuevo pacto territorial que reacomode a buena parte del independentismo», señala el think tank de estudios internacionales y estratégicos. Aunque entiende que es un proceso bien complejo.

La sentencia del Tribunal Supremo condicionará las inmediatas elecciones y la vida política en Cataluña en el próximo período. Pero la actual situación tendrá, más temprano que tarde, que modificarse, obligando al movimiento de fichas por parte de todos los actores del conflicto. Ello exigirá altura de miras, reconocimiento de errores, concesiones mutuas y búsqueda de fórmulas -federales, confederales o consociativas, como propugna en su informe el Instituto Elcano- que permitan el reconocimiento de Cataluña como nación dentro del Estado español. Entre el inmovilismo absoluto y los cambios a las bravas, ambos completamente suicidas, deben existir otras opciones más razonables. Con futuro. Con amplio apoyo social. Acordadas. Políticas.

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