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Bombas

Sábado, 14 de abril 2018, 14:20

No creo que haya palabras para describir el sufrimiento de aguantar un bombardeo. Solo aquellos que lo han padecido podrán si acaso revivir semejante desasosiego. Y en nuestro país tendríamos que tirar de los mayores, de los que aún recuerdan lo que supuso la Guerra Civil (1936-1939). El problema está cuando las víctimas civiles no tienen altavoz con el que denunciar su sufrimiento. O simplemente la atención mediática, que sigue girando sobre Europa y Estados Unidos, no mira a los focos internacionales (digámoslo así) del extrarradio. Porque Siria ocupa ahora los titulares no tanto por las barbaries perpetradas por el régimen de El Asad a cuenta del uso de las armas químicas sino por la respuesta del bombardeo que prometió Donald Trump a modo de venganza en su cuenta de Twitter.

Por cierto, una aventura a la que se ha sumado Francia y Gran Bretaña. Y como en Londres ya están preparando las maletas para irse del proyecto comunitario, sí es para reconsiderar que París actúe por su lado y no en función de Bruselas. Lo que constata el fracaso de la Unión Europea y cómo Bruselas a la hora de la verdad no se ha implicado en la tragedia de Siria tras años de conflicto. Lo que ha llevado a Francia a atacar Siria ha sido Trump y no las instituciones comunitarias.

Fue precisamente en la Guerra Civil española donde se estrenó esa violencia moderna que asoló a las ciudades y, por lo tanto, a la población. Los bombardeos sobre Madrid o Barcelona fueron ejemplos de lo que poco después ocurriría en otros enclaves urbanos del Viejo Continente. Una brutalidad ejercida primero por los alemanes a medida que fueron expandiendo la ocupación y después por los aliados cuando ya era evidente que el poder de Hitler tenía los días contados. Pero en los conflictos bélicos la justicia no irrumpe y mucho menos distingue quién es inocente o culpable y con independencia de si estamos hablando de los civiles de un bando u otro. Tan solo la crueldad va ejecutándose y pintando los peores escenarios posibles. Luego, en las posguerras oportunas, es cuando los lamentos consiguen ser reflejados en actas e informes en los que se apela al sinsentido de matarse unos a otros.

Por desgracia, las guerras seguirán existiendo. Serán más sofisticadas o podrán disponer de un armamento con una tecnología que en principio achique la brutalidad. O no. Pero es un mal con el que tendremos que lidiar por mucho que pensemos lo contrario. Hemos gozado en Europa (con la excepción de la desintegración de la antigua Yugoslavia) de décadas de paz pensando que eso ya era la norma. Y que los recuerdos de Londres, París, Berlín o Stalingrado eran episodios para los libros de Historia. Sin embargo, Siria pone de relieve otra vez que no es así. No es territorio europeo. Pero las guerras persisten. Y por muy lejos que puedan parecernos, siempre afectan. El orden internacional sigue su curso y, a todas luces, lo que influye Bruselas en el mismo es más bien poco e impera el Estado nación como actor principal. No cambia.

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