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Aterrizar en el siglo XXI

Jueves, 1 de enero 1970

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De pronto me vi devuelto a los noventa. Al principio pensé que se debía a aquel señor, que orillado en los cuarenta, entró al bar y pidió al joven millennial que había detrás de la barra un Bitter Kas, provocando en él estupor y un sudor frío. Luego pensé que fue culpa de Pepe Castro, el presidente del Sevilla, y sus variadas charlotadas durante la semana de autos con Vitolo. Me recordó a aquel renacuajo que yo era, estrenando noches en vela con José María García, y perplejo ante el pedigrí de los presidentes de los equipos de fútbol de esos tiempos. Ese Gil, ese Caneda, aquel Lopera...

Luego, al despertar buscando un ibuprofeno, le concedí esa responsabilidad a Aznar y Felipe González, juntos en una foto en la que todavía se creían con derecho a marcarnos la agenda. A decirnos que es lo qué debemos hacer. Entonces tuve la necesidad de mirar el calendario de Fotogramas que cuelga de la pared de la cocina para que la foto de Bogart y Baccal durante del rodaje de Cayo Largo –qué película– me dijera que sí, que estábamos en julio de 2017.

Buscando un asidero a la realidad, que me hiciera aterrizar en el siglo XXI, decidí repasar las canciones más escuchadas en los servicios de streaming dominantes y ampliar mis aguas de buceo hacia culturas más aferradas a la identidad pop como la británica. Y sí, la realidad me lanzó un bofetón inmisericorde y me hizo ver que Despacito y Maluma han tomado las riendas. Que en las emisoras comerciales ya no se puede escuchar una guitarra. Que todas aquellas estrofas cargadas de poesía y referencias literarias hoy son carne para minorías. También aquellos estribillos más obvios, para qué negarlo. Y quizá, en nuestra desafección progresiva con el hecho cultural es donde se localiza porque todo lo malo de otros tiempos es precisamente lo que ha arraigado.

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