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Ahora resulta que sí somos «esenciales»

Jueves, 1 de enero 1970

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En esto del periodismo, hasta no hace mucho había una mitificación del corresponsal de guerra. Sobre todo entre las futuras generaciones de periodistas, esos que se apuntan a estudiar la carrera a pesar de que la tasa de paro está bastante más por encima de la de otras profesiones. Así las cosas, hubo un tiempo en que unos soñaban con ser Manu Leguineche, otros Arturo Pérez Reverte -el de los Balcanes, no el de los exabruptos en las redes sociales- y otros al final nos quedábamos con el Tintín de Hergé, que viajó por medio mundo y otro medio inventado a cuenta de un periódico para el que casi nunca escribía una crónica.

Ahora resulta que nos hemos visto de repente, como toda la humanidad, convertidos en reporteros de guerra y admito que me pregunto si como colectivo damos la talla. Bien es cierto que no estábamos preparado, que nos hemos encontrado en el campo de batalla sin haber hecho el máster correspondiente, sin mascarillas ni guantes, y que de la noche de la mañana nos ha tocado ser notarios de una cifra de muertos de vértigo, relatar una ocupación militar en toda regla a lo largo y ancho del país y, por si fuera poco, hacerlo también confinados. Apunto esto último porque se supone que somos una ventana al mundo para los que no pueden salir de casa y resulta que nuestro universo también -salvo contadísimas excepciones- se limita las cuatro paredes.

Para más inri, por decreto somos «esenciales» para que el país siga adelante en condiciones tan excepcionales. Se agradece el reconocimiento pero uno se pregunta por qué nos han tenido en cuenta las administraciones hasta el advenimiento del coronavirus. Lo digo porque, hasta ayer mismo, si cerraba una planta de ensamblaje de automóviles en este país se montaba un gabinete de crisis, mientras que si un medio de comunicación bajaba la persiana y cerraba las puertas de manera definitiva, nadie con poder movía una ceja. Es más, probablemente se alegraban.

Ahora se nos anima a seguir porque jugamos otra batalla trascendental: la de hacerle distinguir al ciudadano entre la verdad y la mentira. A ese ciudadano al que quienes tienen el boletín oficial de turno han dejado con absoluta alegría que dé por bueno los bulos porque así no miraban a los medios que, además de contar lo que decía el político de turno, fiscalizaba su gestión.

Gracias, en todo caso, por lo de esencial. Espero que cuando pase esto lo tengan en cuenta. Aunque sea en el desierto que va a quedar tras lo que está sucediendo.

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