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Podemos pierde fuelle para afianzarse en España

Podemos pierde fuelle para afianzarse en España

El decepcionante resultado de Podemos en las elecciones del 21-D cierra un año complicado para la formación morada, que se ha quedado sin la llave que buscaba en Cataluña y sin saber si ha perdido fuelle para afianzarse en España.

EFE / Madrid

Jueves, 1 de enero 1970

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Podemos se preparaba para un 2017 en el que iba a cambiar de ciclo, consolidar su relación con el PSOE, redoblar su apuesta contra la corrupción y abonar el terreno para las elecciones locales de 2019, pero Cataluña ha frustrado sus planes.

La reflexión que pretendía sobre cómo pasar del "asalto" a la "guerra de posiciones" o conciliar ser un partido "normal" con mantener la conexión con "la calle" no ha llegado muy lejos.

La crisis catalana ha atropellado todas sus estrategias y Podemos ha visto caer su apoyo electoral, primero en las encuestas y después en las elecciones del 21D.

De nada les ha servido presumir de haber ganado las generales en Cataluña porque, aún con un candidato como Xavier Doménech, a quien reivindicaban como el único capaz de romper la polarización, han perdido tres escaños en las elecciones catalanas respecto a 2015.

El año arrancaba para Podemos en febrero con la asamblea de Vistalegre II que, entre gritos de unidad, le dio todo el control a Iglesias y a su equipo, dejando a Íñigo Errejón fuera de foco.

Sustituido como portavoz en el Congreso por Irene Montero, Errejón se colocaba en un puesto de salida en la carrera para la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

De Vistalegre salió un Podemos más radical y otro hombre fuerte: el secretario de Organización, Pablo Echenique, que ha consolidado su peso mientras los 'errejonistas' aceptaban quedarse en el banquillo esperando su turno en Madrid.

Carolina Bescansa, que intentó una tercera vía para lograr armonía entre Iglesias y Errejón, también se ha visto relegada, y ahora busca perfil propio, reconociendo que Podemos tenía que haber hablado más para España y "no sólo a los independentistas" o con propuestas de reforma constitucional que poco o ningún eco tienen en el partido.

Al nuevo Podemos le vimos cambiar 'la casta' por 'la trama' e intentar resucitar en la calle las denuncias contra la corrupción.

De ahí surgió su famoso "tramabús" con las caras de José María Aznar, Felipe González, Jordi Pujol, Rodrigo Rato, Luis Bárcenas, Esperanza Aguirre, Miguel Blesa, Arturo Fernández o Gerardo Díaz Ferrán.

Fueron IU y Alberto Garzón quienes, mientras reclamaban una alianza más justa y mayor visibilidad, alertaban del "desgaste" y de la incapacidad de Unidos Podemos para ganar terreno entre el electorado de izquierdas.

Entretanto, en los morados despertaba la ilusión ante la posibilidad de reparar los puentes con el PSOE, pero tampoco lo consiguieron.

Y no ayudó que pusieran a prueba otra vez a los socialistas -enfrascados entonces en un turbulento proceso de primarias- con una moción de censura a Rajoy que nació ya fracasada, y cuya única conclusión fue fortalecer a Irene Montero como portavoz y principal látigo contra el PP.

Se animaron de nuevo cuando en agosto lograron entrar por primera vez en un gobierno de coalición autonómico con el PSOE de Emiliano García-Page en Castilla-La Mancha, pensando que podía cundir el ejemplo.

Tampoco ha sido así, de momento.

Ni siquiera en sus dos ciudades emblemáticas, Madrid y Barcelona. Manuela Carmena ya tiene bastante con intentar poner orden en las filas de Ahora Madrid y frenar la crisis con IU en el Ayuntamiento, y Ada Colau ha roto sus pactos con el PSC.

La prometida relación de socios 'preferentes' entre PSOE y Podemos no ha cuajado, su colaboración en el Congreso no pasa de lo puntual y los de Iglesias no han querido entrar en la comisión sobre el modelo territorial impulsada por los socialistas hasta que acabe -dicen- el 155 y la represión.

La aspiración de Podemos de mirar al siguiente ciclo municipal y autonómico también se ha quedado en el cajón ante la deriva política en Cataluña, que vuelve a ser el talón de aquiles de los morados, empeñados en defender el referéndum pactado mientras denunciaban la existencia de "presos políticos".

Su postura frente al desafío separatista -en contra de la "represión" y de la aplicación del 155 que han recurrido ante el Tribunal Constitucional, pero también en contra de la declaración unilateral de independencia-, no sólo les ha costado ser señalados como "cómplices" de los independentistas.

También ha hecho estallar las tensiones internas con el líder de Podem, Albano Dante Fachín, que se vio forzado a dimitir tras ser desautorizado por Iglesias.

Desautorización que alcanzó a la corriente de Anticapitalistas, tras el comunicado en el que el sector de Miguel Urbán, Teresa Rodríguez y José María González 'Kichi', reconocía la "república catalana".

Pese a todo, no quisieron dar importancia a las encuestas y decidieron asumir el riesgo, erigirse en defensores del diálogo y entregarse a la estrategia de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y 'los comunes', que avalaron la participación en el referéndum ilegal del 1 de octubre entendido como una "movilización legítima".

"Si yo fuera catalán, no participaría en ese referéndum", decía Iglesias el 7 de julio después de que Podem Catalunya, entonces bajo el mando de Fachín, llamara a participar en el 1-O.

Sólo dos meses después, Podemos convocaba una asamblea de cargos públicos en Zaragoza, secundada por sus aliados de las confluencias y los independentistas.

Iglesias proclamó allí: "Apelamos al Gobierno para que el próximo día 1 permita a la ciudadanía catalana expresarse y ejercer sus derechos democráticos. Nunca escuchar a un pueblo debería ser un problema para un gobernante". Y en esas siguen.

Asumiendo sus palabras, el pueblo catalán ya ha hablado el 21 de diciembre. Ahora tendrá que hablar otra vez Podemos. De momento no hemos escuchado autocrítica, aunque algunos desde dentro ya reconocen que deben expresarse con mayor claridad.

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