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MARÍA PICASSÓ
Mahmud Abbas, traje y corbata frente al pañuelo palestino
PERFIL

Mahmud Abbas, traje y corbata frente al pañuelo palestino

Su foto trajeada cuelga en los edificios oficiales junto a la de Arafat, con su tradicional kufiya, pero en sus 16 años en el poder nunca ha alcanzado el carisma de su antecesor. Las encuestas le dan como perdedor en las elecciones de julio

MIKEL AYESTARAN

Domingo, 28 de febrero 2021, 00:23

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Después de tres décadas en la primera línea, Hanan Ashrawi no se presentará a las próximas elecciones legislativas del 22 de mayo porque quiere «ser un ejemplo de que es posible dejar la oficina». La mujer más famosa de la política palestina deja sus funciones a los 74 años con el objetivo de abrir un hueco a nuevas caras, una decisión nada habitual en una región donde los cargos políticos tienden a eternizarse. La decisión de Ashrawi es un mensaje interno a una jefatura palestina atada a los sillones de poder con el presidente Mahmud Abbas en lo más alto de la cúpula. El líder, de 85 años, aun no ha hecho oficial su candidatura para los comicios presidenciales del 31 de julio, pero los altos cargos de su partido, Fatah, lo tienen claro y le señalan como el «único candidato» de la formación. Los palestinos llevan quince años sin celebrar elecciones y estas dos citas están señaladas en rojo en el calendario porque después de todo este tiempo parece que hay un acuerdo entre Fatah y los islamistas de Hamás para que las elecciones se puedan celebrar.

Cada vez que surgen rumores sobre su delicado estado de salud, Abbas, cuyo nombre de guerra es Abu Mazen, reaparece trajeado y con gesto serio al frente de alguna reunión en la Muqata, la sede del gobierno palestino. En las imágenes de la televisión se muestra la cara elegante de este hombretón de pelo blanco y bigote, que mira el mundo desde el cristal de sus gafas y representa a esa élite laica árabe formada en el extranjero, que en su caso tuvo Rusia como país de destino para realizar su tesis doctoral. «De puertas adentro es campechano y muy cercano. No tiene tampoco problemas para romper el protocolo y ponerse a fumar en medio de una reunión, es un fumador empedernido», relata una fuente diplomática europea que ha tenido varios encuentros con el rais.

Su historia personal es la de cientos de miles de palestinos que en 1948 fueron expulsados de sus tierras por las fuerzas israelíes. Su familia, original de Safed, en Galilea, encontró refugio en Siria, donde estudió Derecho y comenzó su actividad política. Fue una persona próxima al equipo fundador de Fatah, partido creado por Yaser Arafat, y jugó un papel importante en el reclutamiento de un grupo de palestinos que con el paso de los años se convirtieron en las figuras clave de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la coalición de movimientos políticos y paramilitares reconocida como legítima representante del pueblo palestino antes del establecimiento de la Autoridad Nacional. Su vida siempre transcurrió a la sombra del gran líder palestino, a quien acompañó por Jordania, Líbano y Túnez antes de regresar a casa.

Su foto con traje y corbata cuelga en los edificios oficiales junto a la de Arafat, con su inseparable kufiya blanca y negra, pero en sus dieciséis años en el poder nunca ha alcanzado el carisma de su antecesor y las encuestas que se publican estos días le dan como perdedor en un hipotético duelo en las urnas con Ismael Haniyah, jefe político de Hamás. Frente al carácter revolucionario de Arafat, Abbas representa la cara pragmática y reposada del liderato palestino y siempre ha sido partidario de< dejar la lucha armada para apostar por la negociación como camino para resolver el conflicto con Israel.

Estos planes se hicieron realidad cuando falleció Arafat, ganó las elecciones presidenciales de 2005 y se convirtió en presidente. «Antes ya había ocupado el cargo de primer ministro, pero Arafat lo apartó del poder porque lo consideraba un colaboracionista de Israel. No le tenía gran aprecio, no se fiaba de él y por eso mantenía la distancia», opina Eugenio García Gascón, autor de libros como 'La derrota de Oriente'.

Abbas ganó las presidenciales hace 16 años, pero su partido, Fatah, perdió un año después las legislativas frente a Hamás. Ni Israel, ni la comunidad internacional, ni Fatah aceptaron la derrota en las urnas y fue el comienzo de un cisma interno entre las dos grandes facciones que con el paso de los años agravó la división física de los territorios palestinos con Hamás al frente de Gaza y Fatah, de Cisjordania. Desde entonces no ha habido nuevos comicios y la popularidad de Abbas se ha hundido al mismo ritmo que su política de diálogo y coordinación de seguridad con Israel se convertía en una alfombra roja para la expansión de los asentamientos judíos y la sombra de la corrupción se apoderaba de la Autoridad Nacional y de su familia.

División interna

«Mantiene un mínimo de popularidad pero solo porque se ha afianzado el tribalismo del panorama político palestino y su consecuente clientelismo. Su legado será controvertido porque en las circunstancias que le ha tocado liderar, le será imposible desprenderse de la responsabilidad del declive de la causa nacionalista palestina, de la división interna, de su obstaculización al proceso de reconciliación y del deterioro de la OLP, donde lejos de intentar una renovación interna ha hecho lo contrario, afianzar su posición y la de Fatah», apunta José Vericat, asesor del centro de Estudios Estratégicos European Institute for Peace, que lleva dos décadas siguiendo la política palestina. Vericat piensa que el día que falte Abbas «Israel perderá un líder moderado, único en la dureza de su crítica a la lucha armada». Sus seguidores destacan entre sus logros su postura firme de boicot al 'plan del siglo' de Donald Trump y el reconocimiento de Palestina como Estado observador de la ONU.

Su rostro es tan familiar en la escena internacional como invisible en la palestina, donde solo sale de la Muqata de manera puntual. «Cumple con todos los criterios de un dictador, lo controla todo. En política es el encargado de elegir a las personas que ocupan los puestos importantes en Fatah, la OLP y en la Autoridad Nacional y en economía ha convertido a sus hijos en auténticos oligarcas. Creo que estará en el poder hasta que muera y lo peor de todo es que sigue siendo una cara aceptable para Occidente», lamenta el analista gazatí Mussaab Bashir, quien asegura que desde la Franja ven a Abu Mazen como «un ejemplo de obediencia a la ocupación, una persona que simboliza el castigo y que ha renunciado a lo más sagrado, el derecho al retorno de los refugiados».

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