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Uno de los nuestros, Nacho González y sus 'Espacios de creación'

Uno de los nuestros, Nacho González y sus 'Espacios de creación'

Franck González

Viernes, 17 de julio 2020, 09:19

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Sobre Nacho González y sus Espacios de creación. O Mejor, sobre Nacho González y su cartografía insular. Porque es exactamente eso lo que González levanta en su exposición Espacios de creación, abierta en la Fundación Canaria Mapfre Guanarteme. Trae González sesenta retratos de artistas que desgranan una trayectoria vital y profesional que cubre ya un cuarto de siglo. Lo que valdría decir una generación, si tal título brindara aún fama y dinero Mas no queridos, esta colección de hombres y mujeres ilustres no repara en tales accidentes topográficos. Y se aventura, libre, a través de un puñado de autores, por no decir, por un conjunto de estancias en las que piel y luz se reparten a partes iguales y en donde las sombras no siempre las encontramos tras el que menos brilla. Estos retratos son matrices para el recuerdo. Vaciados de luz que hoy identificamos en cada uno de sus gestos como a uno de los nuestros, pero que en cien años serán tan sólo retratos firmados por Nacho González sic transit gloria mundi, como bien sabían los romanos, los creadores, por cierto, del género retratístico en Europa. Son éstos retratos de algunos que un día fueron todos tenemos derecho a los consabidos quince minutos de gloria de Warhol y de otros más que hoy son. Restos de un oficio en el que Nacho se ha forjado desde el silencio que el espejo desprende. Muchos de estos encuadres se deben a las horas pasadas detrás de la máquina. Con las luces que corren junto al fotógrafo a lo largo del día para recontar, al final de la jornada, lo que quedó de lo mucho que se perdió. Horas, días, meses y años para alcanzar el acabado impecable, la cercanía justa, el enfoque más conveniente. Las noches al raso en el festival. Las mañanas en la rueda de prensa. La tarde revelando o visionando la pantalla Baste comparar sus primeros retratos analógicos hechos cuando ni siquiera sabíamos que algún día los llamaríamos así de César Manrique (1987) y de Felo Monzón (1988) con los últimos disparos digitales de Jesús de la Rosa (2010) o de Rafael Monzón y Antonio Cruz (2010), por citar tan sólo dos de la última serie. Entre aquellos retratos de dos iconos de la cultura canaria del siglo pasado y el de los pibes de CNFSN+ no sólo hay tres generaciones, hay un mundo. De la construcción de la mirada del héroe demiúrgico Manrique, o del cálido homenaje al maestro, en el caso de Felo, llegamos a la fotografía narrativa presente en el retrato de Ubay Murillo o las propuestas más cercanas a la cultura urbana de CNFSN+. Y es a ese mundo, a esa suerte de parnaso insular, al que, con buena voluntad, se apresta a cartografiar nuestro fotógrafo. Comparte González visión, en este sentido, con aquellos pioneros de la cámara. Y algo hay en esta muestra de aquel catálogo de arquetipos en el que los artistas tenían capítulo propio que August Sander levantara bajo el impacto de la Neue Sachlichkeit la Nueva Objetividad que habría de llegar hasta nosotros a través del libro de Franz Roh, Postexpresionismo. Realismo Mágico y al que nuestra mirada tanto se acostumbró con los cuadros de Oramas. Elogio del silencio Un aroma imperceptible y familiar recorre estas tomas de Nacho. Un elogio del silencio, del espejo que pasa furtivo y que llega al taller, al estudio, para disponer lámparas, trípodes y objetivos. Zurbarán. De aquel al que se le permite entrar hasta la cocina para saborear los platos que sólo el roce cotidiano brinda. Sánchez Cotán. Oler el acre olor de las resinas y de los barnices. La ceniza, vieja ya, de las colillas que rebosan la lata. Velázquez. La tinta que penetró, hace ya años, la madera. Satie. Los susurros que salen de los botes de plástico de los acrílicos al caer sobre ellos la luz de la ventana, rebotando por las paredes, como las pitas de los coches cuatro pisos más abajo. El lugar en donde todo o nada ocurre. Vila-Matas. El fotógrafo llega. No hay mucho tiempo. Recorre el escenario. Busca el encuadre. Regula la luz. Comprueba algunos ajustes. Y la cámara convierte aquel rincón con ropa tendida en un espacio de creación, conjugando el caos, escribiendo con luz las dos primeras líneas de una relato, ahora con destino. El fotógrafo como director de escena encuentra su sentido en el retrato de Ildefonso Aguilar, a quien sienta sobre el poyo de su estudio. Tras él, un enorme ventanal que enmarca al artista al tiempo que deja ver el malpaís que rodea a la casa, estableciendo así la identidad entre pintor, obra y paisaje. El hombre en función del paisaje. El fotógrafo actúa sobre la escena, contrapesando esta instantánea de vida con el prospecto intemporal de la pintura: los tarros ordenados sobre baldas. Física y química del arte. Calidez y frialdad Un equilibrio de colores cálidos y fríos estructura el magnífico retrato de un Chirino como un nuevo Vulcano en su fragua. Otra vez Velázquez. A la derecha, el encendido brillo del hierro, aún candente, que traza un arco que corta la luz de la forja. A la izquierda, la luz que cae sobre el azul de la ropa del escultor. Colores cálidos y fríos también en la trastienda del retrato de otro escultor, Pepe Herrera. Mención aparte merece el retrato de Ubay Murillo en su apartamento de Berlín. Una composición en la que el fotógrafo sitúa en el plano medio una medianera, bañada por una luz tenue, doméstica. A la izquierda, una estantería con libros. A la derecha un pantalón sobre un tendedero. Y en el centro, tras las puertas abiertas, con el recuerdo de la tierra en forma de postal con la silueta de Tenerife, el pintor ante su obra. El estudio, la memoria, la necesidad de abrir puertas que ha llevado a Murillo a la capital alemana. Narrativa. Pero no todo es relato y guión, y retratos como el de Juan Bordes en su laberinto carnal revelan hasta qué punto González es capaz de poner a hablar a los torsos, los brazos y los senos con el cuerpo del propio escultor. Algo que volvemos a encontrar en las manos desnudas de Juan Hidalgo sobre la mesa en la que se refleja su cuerpo y, también, los cuerpos de su obra que cuelgan de las paredes de su casa. O el magnífico retrato de Montul. González, como Sander, levanta un atlas generoso en donde todas las tribus tienen su hueco. Incluso alguna madre de y algún marido de hay, aunque su presencia pasa inadvertida entre las miradas que siguen nuestros pasos por la sala de Juan de Quesada. Pues no es trabajo de fotógrafo ni de quien escribe aventar vanidades más allá de lo prudente, sino cosechar miradas, declinar el ojo. Y si, miradas de ingenuidad, pocas; muchas más son las miradas perdidas de los que sólo ven su interior aún mirando al objetivo; No faltan las miradas a través del espejo. Caravaggio y su Narciso; ni los ojos que retan, que esquivan, que amagan; y miradas, cómo no, de almendra amarga, las de quienes, al contemplar el paso del tiempo que la cámara les ofrece, descubren la mermada herencia que dejan tras de síVanitas vanitatum et omnia vanitas. Pero yo, qué quieren que les diga, me quedo con la mirada serena y cargada de futuro desplegada por maese Nacho sobre algunos de los retratados, convertidos en parte de lo que quisieron ser.

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