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Una escalada hacia las ganas de vivir

Una escalada hacia las ganas de vivir

El éxito de la 8ª Semana de la Montaña, que hoy pone su colofón, está siendo rotundo. Elena Eggers y Rosa Fernández encabezan una edición muy especial, donde la mujer ha tomado todo el protagonismo. Sus hazañas impresionan desde el mismo momento que comienzan a narrarlas.

Óscar Hernández Romano

Jueves, 1 de enero 1970

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Un auténtico lujo el vivido durante esta semana en el Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología con el ciclo de proyecciones audiovisuales y conferencias que han llenado diariamente la sala del recinto capitalino.

Ayer le tocaba su turno de exposición a Rosa Fernández. Un minuto con la asturiana basta para empaparse de sus ganas de vivir. Esas que un cáncer de mama intentó despojarla de su razón de ser en el año 99, pero no pudo. «Tenía patrocinadores, un proyecto grande, lo teníamos todo... Y de repente te dicen que tienes un cáncer de mama y que ya no te puedes marchar a la montaña», narra convencida aún de que su tesón por seguir haciendo lo que le gusta fue el camino correcto. Y el único. «Me marché al Broad Peak [la duodécima montaña más alta del mundo y la cuarta de Pakistán, con 8.046 metros], donde el tiempo impidió que llegáramos arriba, pero lo hicimos hasta los 7.500 metros, y eso para mí fue volver a sentir que de verdad podía seguir haciendo cosas», asevera.

Solo dos años después, y tras superar con éxito su enfermedad, Fernández (la primera mujer española en completar el proyecto 7 cumbres), traía a la Semana de la Montaña su reto más difícil, el Kangchenjunga indio (5.300 metros). «Fue durísimo, lo pasé muy mal, pero volvería a repetirlo sin pensarlo», sentencia.

A su lado, atiende sin pestañear Elena Eggers, otra de las protagonistas de lujo en esta octava edición. En su caso, la diabetes quiso frenar su ilusión y ganas de vivir. Y tampoco pudo. «Yo no hago nada especial, lo que intento es vivir con mi diabetes. Los primeros años, cuando me diagnostican la enfermedad, fue una losa psicológicamente. Dejé de hacer montaña, no hacía deporte, me daba miedo perder el control y desmayarme... Pero era infeliz de esa manera, así que poco a poco tuve que ponerme de nuevo las pilas para hacer lo que realmente me gustaba. Y así fue, adapté mi vida con la diabetes, decidí vivir», resalta la grancanaria que participó en una proyecto experimental de telemedicina en el Himalaya recientemente, donde alcanzó el campo base del Everest, a 5.300 metros de altura, a pesar del condicionante que supone esta enfermedad.

«Todavía sigue siendo un mundo de hombres. Y eso que es uno de los deportes más equilibrados en el sentido de que allí nadie te lleva la mochila ni te deja pasar delante para darte ventaja. Las mujeres aún tenemos que hacer mucho», destacan al unísono dos auténticas heroínas cuyas hazañas están a la altura -posiblemente más- de las de su sexo opuesto. Y lo mejor es que prometen seguir subiendo...

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