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La impresionante cueva justifica el camino, y el camino sólo conduce hasta ella. Allí quisieron levantarla, aislada, en medio de la inmensidad. En la, a simple vista, inexpugnable verticalidad de piedra del risco Chapín, entre Artenara y Tejeda. El estrecho andén cercano a la cima tiene su principio y su fin en Los Candiles. No debe ser casualidad que en este acantilado se encuentre uno de los yacimientos más importantes de la prehistoria de Canarias y una de las estaciones rupestres de mayor relevancia mundial por los grabados que los aborígenes inmortalizaron en sus paredes.
En una cueva artificial rectangular de 9 metros de profundidad, 3,60 de ancho y 3 de alto sobreviven a través del tiempo 322 triángulos invertidos, pubis femeninos que simbolizan la fecundidad, además de numerosas cúpulas y 32 hornacinas. Sólo el techo y el suelo están libres de estos ideogramas, que muchas veces tienen una incisión o bisectriz en el vértice inferior a modo de vulva. Descubrir esa maraña de símbolos en la toba ennegrecida es viajar a una época envuelta en el misterio.
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