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Un mal olor que llegó de pronto del continente causa perplejidad en el Reino Unido

Joaquín Rábago (EFE)

Jueves, 1 de enero 1970

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Millones de británicos se vieron sorprendidos este fin de semana por un extraño olor, tan desagradable como difícil de definir y procedente, según la dirección del viento, del continente europeo. Al igual que hay un viejo dicho portugués según el cual de España no puede venir "ni buen viento ni buen casamiento", muchos ingleses se vieron confirmados de pronto en su idea de que de más allá del canal de la Mancha no puede tampoco venirles nada bueno. Los medios, desde los tabloides sensacionalistas hasta la seria BBC en su principal noticiero, se han ocupado del extraño fenómeno, haciendo cábalas sobre cuál era el origen de la pestilencia, que invadía todo el sureste de Inglaterra, incluida la capital, Londres. Algunos ciudadanos hablaban de un olor a pocilga, otros creían percibir un olor a estiércol, a aguas fétidas o a algas podridas y había quienes lo atribuían a la acción industrial. Muchos, en este país que parece no haber olvidado a Hitler, sospechaban que algo tan desagradable sólo podía venir del viejo país enemigo, Alemania, y en concreto de sus granjas de cerdos. Los británicos, tan poco dados al aprendizaje de idiomas extranjeros, de repente aprendían por su prensa una palabra nueva: Gestank, como llaman los alemanes al mal olor. Una ONG llamada Water Aid, dedicada a velar por el agua, aseguró que Londres no había apestado tanto desde 1858, cuando se extendió por toda la ciudad un olor espantoso procedente de las aguas de albañal. El hedor no parece haber respetado tampoco a la monarquía, y así un portavoz de la oficina turística de Windsor, tras declarar que el olor resultaba insoportable, expresó su esperanza de que Isabel II, vecina de esa localidad, hubiese ordenado cerrar todas las ventanas de su castillo. El sindicato británico de agricultores aventuró mientras tanto que el olor se debía seguramente a que sus colegas holandeses habían esparcido estiércol masivamente tras la prohibición de hacerlo en el período invernal. "Es lo que ocurre cuando se obliga a los agricultores a utilizar de una vez todo su estiércol en lugar de hacerlo de manera dosificada durante todo el invierno", dijo el portavoz del sindicato, Anthony Gibson. Y éste aprovechó la ocasión para advertir al Gobierno de Londres de que no debía caer en la tentación de imponer una medida semejante para el agro inglés, vistas las desagradables consecuencias para el olfato. La Oficina Meteorológica británica tomó finalmente cartas en el asunto para dar una explicación científica: el olor, tan misterioso como desagradable, era pura y simple contaminación, algo que soportan todos los días millones de ciudadanos de la Europa industrial del Norte. Fábricas de chocolate belgas, granjas de cerdos de Bélgica, Holanda y el norte de Alemania, factorías de automóviles y de motores diesel, en fin todo lo que contribuye a ensuciar la atmósfera en la Europa industrial. A los británicos sólo les queda ahora esperar que en los próximos días se produzca un cambio de dirección de los vientos para que vuelvan a soplar los mucho más limpios del Atlántico, a los que están acostumbrados.

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