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Un algoritmo en su vida

Esther Pérez Verdú

Lunes, 20 de julio 2020, 06:51

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Creo que cuando me di realmente cuenta de en qué carrera me había metido, fue en mi primera clase de la asignatura de algoritmos. Hasta la fecha, no sabría decirles si yo tenía muy claro qué era eso de la informática o si me había dejado llevar por la modernidad del asunto y las promesas de futuro de una profesión en ciernes.

El caso es que allí me vi yo, todavía intentando entender por qué las clases tenían forma de escalera, echando de menos a mis compañeros de instituto y arrugando los ojos, para intentar ver lo que aquel señor bajito y con bastante mal genio dibujaba en la pizarra.

Me pasé bastantes clases sin entender un pimiento. Repasaba los manoseados apuntes que había heredado de mi amigo Antonio, pero no llegaba a entender por qué tenía que preguntarme si llovía para coger un paraguas. Ya saben: «¿llueve? Sí, entonces coge un paraguas. No, entonces salir de casa». Y no les hablo de las torres de Hanoi, porque eso ya me daba dolor de cabeza.

Pero un día algo pasó. Se encendió una luz o saltó un interruptor, no lo sé. Y de repente lo entendí, vi claro para qué servía un algoritmo. La base fundamental es clave: hay que descomponer un problema grande en problemas más pequeños hasta que tengan solución.

Una vez que se ha llegado a esa conclusión y se ha adoptado como un mantra, todo funciona mejor. No solo a la hora de plantear problemas informáticos, no se crean, en la vida cotidiana también funciona.

Pruebe a meter los problemas en cajas y a mover las cajas de sitio, mientras más pequeñas las cajas, mejor. Intente pensar en bloques, en vez de la tradicional forma lineal y con el tiempo descubrirá que los algoritmos sirven para mucho más de lo que pensamos. Incluso sin saber lo que es un algoritmo.

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