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Enrique Vázquez
Viernes, 10 de marzo 2006, 19:56
Los terribles excesos de las fuerzas de seguridad, de estricta obediencia chií, en los días siguientes han resultado devastadores en términos políticos. Tanto que, más allá de cuestionar definitivamente al ministro del Interior, Bayan Jabr, han terminado por arrastrar a los factores kurdo, sunní y laico a pedir, sencillamente, que Ibrahim al-Yaafari, designado por la Alianza Unificada Chií como su candidato a presidir el gobierno, sea sustituido.
Yaafari, del partido al-Dawa, fue elegido por un solo voto frente a otro candidato chií, Abdel Adel Mahdi, uno de los vicepresidentes de la República, militante del poderoso Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq y considerado más pragmático y posibilista. Artesano de la victoria interna de Yaafari fue Muqtada al-Sadr, quien puso los 33 diputados de su obediencia en la Alianza, a su disposición.
Desde entonces, y mientras la violencia volvía a niveles muy graves y las pérdidas americanas llegaban el lunes a los 2.300 muertos, todas las miradas inquietas por el horizonte de una probable guerra civil intercomunitaria, se dirigen a Nayaf, donde vive el hombre más influyente de Irak, el gran ayatollah Alí al-Husseini al-Sistani, a quienes algunos llaman, con razón, el gran elector.
Han llovido los informes sobre lo que opina el respetado Sayyed y llegaron las especulaciones que, por fin, se hizo saber sin sombra de duda que el invisible líder, el gran marja, líder religioso, insta a todos al acuerdo, no tiene un candidato, solo quiere el bien del país. Se dijo literalmente que Su Eminencia es neutral. Si lo dice su oficina será verdad, pero él tiene una última palabra, la única que podrá enmendar un poco las cosas en el profuso campo chií.
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