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Antonio Papell
Lunes, 20 de julio 2020, 12:42
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Desde la llegada al poder de Zapatero en 2004 han pasado sucesivamente a retiro los más caracterizados supervivientes de la etapa socialista anterior. Francisco Vázquez (1946) abandonó, como es conocido, el Ayuntamiento de Coruña para representar a España ante la Santa Sede; José Bono (1950) se ha marchado a casa tras dimitir como ministro de Defensa por voluntad propia y con algunos enigmas en el bolsillo; y Pasqual Maragall (1941) ha sido apartado por su partido después de su inquietante ejecutoria al frente de la Generalitat durante la etapa que arrancó en 2003 y que concluye con las elecciones anticipadas del próximo 1 de noviembre.
Con la excepción de este último, que ha debido marcharse contra su voluntad de la cabecera de cartel del PSC, las restantes retiradas han sido espontáneas. La renovación generacional no ha resultado, pues, ni forzosa ni súbita, y de hecho aún siguen en activo y desempeñando un papel eminente algunos políticos de la 'era González' como Rubalcaba (1951, ministro entre 1992 y 1996) o la propia vicepresidenta Fernández de la Vega (1949, secretaria de Estado con Belloch).
Es cierto que Rodríguez Ibarra y Bono han representado en la etapa ya dirigida por Rodríguez Zapatero un anclaje ideológico tranquilizador para quienes han temido que las presiones nacionalistas de la periferia terminasen debilitando la idea de España o desestructurando el Estado. Ello no significa sin embargo que su marcha pueda legítimamente ser leída como la prueba de una decepción tras el polémico estatuto catalán, contra el que, por cierto, acaba de presentar el Defensor del Pueblo un nuevo y dudoso recurso de inconstitucionalidad. En efecto, de las declaraciones de ambos se desprende la inexistencia del menor atisbo crítico contra la política de Zapatero. Ibarra, en concreto, desmentía la noche del martes, pocas horas después del anuncio de su retirada, que mantuviese cualquier recelo contra el Estatuto catalán, que manifiestamente no había roto España, como el matrimonio homosexual no había destruido la familia...
Como es lógico -y como es asimismo su obligación-, la oposición conservadora ha querido ver en tales jubilaciones la prueba del abandono de la nave socialista por los decepcionados por unas políticas que no comparten. No parece sin embargo que esta saludable circulación de elites tenga más recámara que el simple paso de las generaciones, por más que, en efecto, hayan existido diferencias de fondo y de forma entre las maneras de hacer de jóvenes y viejos en este pasado inmediato. En cualquier caso, tanto Bono como -sobre todo- Rodríguez Ibarra representaban un estilo político anacrónico, fuertemente envejecido. Entre otras razones, porque la posmodernidad de hoy día está en gran medida desprovista del dramatismo que aún querían infundir a lo público estos ilustres dimisionarios, por la sencilla razón de que en nuestros regímenes liberales y abiertos los gobiernos tienen un ascendiente muy limitado sobre los destinos colectivos. En realidad, son las sociedades complejas y articuladas las verdaderas protagonistas de su propio porvenir.
Rodríguez Ibarra, tras veinticuatro años al frente de la Junta de Extremadura, deja tras de sí una plausible estela de trabajo bien hecho -con lagunas, indudablemente, que no ensombrecen sin embargo el conjunto-, honradez a toda prueba y coherencia personal con unas ideas arraigadas e invariables. En este cuarto de siglo, Extremadura ha dado un salto gigantesco, desde las puertas del subdesarrollo a la sociedad de la información, a lo que no han sido ajenos obviamente el afán y el trabajo del presidente autonómico. En el terreno ideológico, el 'guerrista' Ibarra ha sido un ferviente antinacionalista, y esta adscripción sin matices, convertida en tópico, ha generado no pocas estridencias que sin embargo han contribuido a equilibrar las fuerzas centrífugas y centrípetas de este país.
En los análisis de coyuntura, no han faltado quienes han querido ver, en la retirada de la 'vieja guardia' -desde Felipe González a Juan Carlos Rodríguez Ibarra- y la llegada de la nueva un cambio manifiesto de nivel. Es obvio que entre el 'perro viejo' y el bisoño hay siempre abismos, pero, si no queremos implantar una impropia gerontrocracia, tendremos que acostumbrarnos a asistir a las saludables renovaciones de la clase política, de unos servidores públicos a los que tampoco se puede exigir que renuncien completamente a la dimensión privada de su libertad.
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