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Río Bravo

Viernes, 17 de julio 2020, 15:11

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Santa Cruz de Tenerife despertó hoy entre truenos y las primeras gotas de lluvia que caían con todas las ganas que no habían tenido en este largo y seco invierno. Esta ciudad está acostumbrada a los palos de agua, así que la vida transcurría con la normalidad propia de una tormenta: los primeros atascos, las carreras de peatones descreídos con la declaración de alerta, la ansiedad por llegar a tiempo al trabajo...Era sólo el comienzo de un día cargado de las sombras que proyecta todavía la riada del 31 de marzo de 2002. Los claros que se abrieron al mediodía presagiaban que algo importante iba a caer del cielo. Después, las nubes se apelotonaban tanto que parecía como si fuera a derrumbarse de repente la noche. Los barrancos que rompen Santa Cruz a pedazos empezaban a llevar un importante caudal, reflejo de las trombas de agua de las zonas que circundan la ciudad. Ellos, así como los muchos sitios que se volvieron a inundar, fueron los testigos de la magnitud real de la borrasca. A las cuatro de la tarde, una cortina tupida de agua dominó la capital durante un par de horas. No paró de relampaguear. La zona baja se volvió a quedar bajo las aguas; ocho años después de la riada todo volvió a ser igual. Sólo con barca se podía haber accedido a los alrededores del flamante Auditorio de Tenerife, la zona de expansión durante los años de la borrachera económica, la zona donde se levantan los edificios más modernos. Al poco, se unía la Plaza de España, el primer punto al que llegan los turistas de cruceros, la parte baja de la calle de La Noria, el sitio de la movida nocturna de los chicharreros. Pero la zona media de esta ciudad, caracterizada por las cuestas, también sufrió los estragos del tremendo aguacero. La calle Venezuela, partes del Barrio de la Salud, algunos puntos de Taco, cuyo límite se disputa con La Laguna... Los barrancos corrían ya como ríos bravos. El tráfico iba bloqueando la capital. Los semáforos dejaron de funcionar. Las radios y las televisiones transmitían el pulso de la ciudad: personas atrapadas en los centros comerciales, los esfuerzos denodados del personal de emergencia, las dificultades del tranvía, conductores que luchaban para no ser tragados por el agua, fuentes improvisadas por las alcantarillas reventadas, apagones de luz, móviles que se quedaban mudos... A media tarde, la tormenta dio un respiro. La gente que tenía ganas de disfrutar de la adversidad meteorológica salieron como niños, en busca de la mejor foto que reflejara un agua que bajaba entusiasmada. Los puentes que burlan los barrancos se conviertieron en plataforma artística. Los truenos dejaron paso a los flashes de las cámaras digitales, mientras el concejal Norberto Plasencia colocaba en su sitio la tapa de una alcantarilla.  

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