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Enrique Vázquez
Jueves, 1 de enero 1970
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La razón de estos hombres, que se dicen orgullosos del uniforme que portan y de servir al país en sus fuerzas armadas, es la esperada: la guerra no funciona, es inútil y sangrienta y el precio que se paga por mantenerla no vale la pena, además de que los miles de millones que devora - cien mil dólares por minuto, según alguna estimación - se podrían dirigir al empleo y la educación en los Estados Unidos.
El manifiesto, en teoría, no choca con la nueva praxis oficial al respecto, que sin mencionar nunca la palabra retirada, salvo para atribuírsela a la oposición, ha girado rápidamente en los últimos días hacia lo que es tal: cómo dejar el país dentro de un año o año y medio, según el calendario sugerido el martes por el general Casey y el embajador Jalilzad, pero solo después de que los iraquíes se hicieran cargo de la situación.
Un colega británico ha acuñado la afortunada expresión de 'retirada victoriosa' para el nuevo programa, también válido para el Reino Unido, y que, más allá de la suave ironía que sugiere, no es una completa contradicción: realmente, si todo hubiera ido bien y la victoria sobre la poliédrica resistencia fuera un hecho, se supone que la retirada se produciría igualmente
*Se produciría por completo? En términos geopolíticos y hablando francamente siempre se ha creído que los norteamericanos habían ido a Irak para quedarse. Y un activo programa de construcción de bases militares con aspecto de permanentes abona esta tesis. Tal era con toda probabilidad la intención final, genuina, profunda de la invasión, mover la ficha del dominó medio-oriental y crear allí un régimen pro-americano cuya primera o segunda obligación sería reconocer a Israel.
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