La pasión del maestro ajedrecista
De niño no paraba de dibujar pero terminaría atrapado por el ajedrez. Pedro Lezcano Jaén pagó el -bendito- precio de ser el hijo de un gran ajedrecista del que heredó, además de su nombre y primer apellido, una pasión por el rey de los juegos que compartieron y disfrutaron en perfecta complicidad.
Aunque no tengas un padre que juegue al ajedrez, hay muchas posibilidades de engancharse, pero es evidente que en mi caso fue decisivo. Disfrutábamos jugando juntos», relata con nostalgia y casi reviviendo una de aquellas tantas partidas en su morada de Santa Brígida el vástago del que fuera figura polifacética relevante en Gran Canaria, Pedro Lezcano Montalvo.
Empezó tarde su aprendizaje al noble juego de tronos, pero pronto se convertiría en un gran general al frente de sus 16 aliados reencarnados en fichas. «Con unos 13 años me empecé a enviciar, algo tarde, pero gané mi primer trofeo, el más bonito que tengo y que aún conservo, quedando segundo en un torneo de verano infantil», recuerda Lezcano sin saber por entonces que aquel galardón en forma de caballo «pequeño pero muy sólido» sería el inicio de una trayectoria deportiva al alcance de pocos mortales.
Y así fue. Aquel niño que disfrutaba de sus partidas con su padre pronto se convirtió en una cara reconocible en los mejores tableros locales y nacionales.
Sin abandonar sus estudios de Magisterio [«algo que afortunadamente le debo a mi madre», reconoce], Pedro Lezcano inicia una carrera ascendente a un ritmo frenético.
Con 19 años suma su primera norma de Maestro Internacional (MI). «Fue inesperado para mí y para todo el mundo», reconoce fiel a su perfil humilde, pero sin reparar en que ganarle por entonces a figuras como Djuric o Menvielle no era gesta al alcance de cualquiera.
Su ambición fue entonces a más. Hasta sumar, en el 89, su título vitalicio de Maestro Internacional. «Fue una culminación a todo», celebra. Y con el título de Gran Maestro Internacional (GMI) en mente prosigue jugando «con intensidad y ganas de progresar», pero todo cambia a «los 32 años. A partir de ahí doy un paso atrás», asume tras perder a cuatro de sus seres más queridos en solo tres años. «Fueron tiempos muy duros. Bajé mucho mi lado jugador, empecé a jugar muchísimo menos...», narra con nostalgia.
Hoy en día Pedro Lezcano sigue siendo genio y figura del ajedrez. El hijo de «aquel amigo Pedro» se implica al máximo con sus alumnos. Juega menos, pero adiestra mucho más, compartiendo su labor de profesor de ajedrez con la pintura, aquella otra gran devoción que un día abandonó para dedicar todo su talento al ajedrez, esa pasión que siempre fluirá por sus venas. Por encima de torres, caballos, reyes