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La madre de Yunaisi sospechó de su pareja

Jueves, 1 de enero 1970

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Una mordida en la mejilla es la única herida que notaron todos a Yunaisi, el bebé de seis meses fallecido en Puerto del Rosario el 5 de enero de 2007. En la primera sesión del juicio de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Las Palmas contra la madre Inmaculada Vega Guerra y Yeray, su entonces pareja, por presuntos delitos de homicidio y maltrato habitual, nadie reconoció ayer ver la lesión en el oído, la fractura de costillas, la herida en la mandíbula y en el frenillo, la sangre en los labios de la niña que finalmente murió por graves lesiones cerebrales. Incluso cuando vio las heridas y los cardenales del bebé en las fotos que les enseñan en el juicio, Yeray negó haberlas visto antes de su muertes. «Ni maltraté a la niña, ni recuerdo ningún moratón. Sólo la mordedura en la mejilla que le hizo la otra niña de Inma, no me acuerdo cómo se llamaba, que tenía entonces un año». Frío, sin un sólo temblor, la entonces pareja de Inma reconoció que sí, que cuidaba a la niña mientras ella iba a trabajar en el burger y que sí, que debió haber llevado a Yunaisi al médico porque hacía una semana que estaba mala, vomitando todo lo que comía, pero que no lo hizo. Con la play. Al describir el día de la muerte del bebé de seis meses, Yeray enumeró que se levantó sobre las 11.00 horas con Inma en la casa que compartía la pareja con las hijas de ellas y los dos hermanos de él, Iván y Andrés. «Me puse a jugar con la Play [Playstation] y ella a darle de comer. Alrededor de las 12, ella se fue a trabajar y me dijo que la niña estaba durmiendo y yo seguí con la Play. A las 3.00, me levanté porque me extrañó que no hiciera ningún ruido. Entré en la habitación y la vi pálida, en pañal y boca abajo. La llamé, le grité y no reaccionaba. No vi sangre, no vi heridas». Yeray esperó casi una hora hasta dar señales de vida a su hermano Iván, que salía de su turno de trabajo en el mismo edificio donde vivían. «Me asomé a la ventana y le grité: sube, que la niña no respira». Iván comprobó que estaba muerta y entonces pidió a un compañero de trabajo que llamara directamente a la Policía, sin acordarse de ambulancias. Yeray reiteró que, tras encontrar al bebé muerto, no vio ni la herida en el frenillo, ni los moretones, ni la sangre en el pañal y en la boca. Tampoco avisó a Inma, que se enteró por boca de Iván al llamar desde el trabajo con el móvil de una compañera. «¡Qué va! Nunca. No sería capaz de una cosa de usa de esas», contestó Yeray a la pregunta de su abogado defensor, Javier Zambrano, de si hubiera sido capaz de maltratrar a la pequeña. Y así acabó su declaración. Mientras Yeray mantuvo la calma por fuera, Inma no dejó de temblar. No habló al entrar en el Juzgado de Puerto del Rosario en el que durante tres días se la juzga junto con Yeray por el supuesto homicidio y el maltrato habitual de la niña. Ante de entrar en la sala, sólo contestó «sí» a la pregunta de los periodistas de si el tatuaje de la muñeca derecha es por la niña. Lo que estaba más que claro: El nombre de Yunaisi se leía desde lejos. Sin dejar de estremecerse, Inma confirmó que nunca registró a Yunaisi. Sí a Yarely, la otra hija, cuando tenía ocho meses. «Se lo decía a mi madre, pero ella trabajaba y yo también». Sólo una vez la llevó al médico. «Yo estaba asustada y pensaba que me iban a quitar a la niña por no tenerla inscrita». A las dos las tuvo cuando era menor de edad y con la misma pareja: Jordi Brito, que murió cinco meses más tarde que el bebé en un incendio en el centro de acogida de La Montañeta (Gran Canaria). Al igual que Yeray, la madre afirma que no sabía que Yunaisi tenía costillas rotas. «No lloraba, era una niña sana. No vi que él la maltratara delante de mí. Y la mordedura de la mejilla me dijo que había sido mi hija Yarely. Me extrañó porque era una mordida grande, lo llegué a pensar, pero en mi cabeza no cabía esa información», dijo. Inma sí reconoció que vio algunos hematomas, y los enumeró, ya a lágrima viva, ante la Audiencia Provincial. A saber: «Vi moratones, pero no todos los que aquí se dicen. Vi un cardenal en el oído, tres puntitos en el pecho, una mordida en el muslo y la del cachete. Pero siempre pensaba que era mi otra hija». A continuación, lo dijo muy clarito, sin mirar a Yeray y sin dejar de temblar: «El tenía explicaciones para todo: que se había dado con un sonajero, que si Yarely, que si la chupa». Y resumió: «Yo, simplemente, confiaba en él [en Yeray]».

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