Insaciable e indestructible. Así luce el nuevo Herbalife Gran Canaria, que hoy aspira, ni más ni menos, que a inaugurar sus vitrinas con la Supercopa Endesa. Anoche alcanzó la tercera final de su historia y en su camino a la gloria se interpondrá el Barcelona de Tyrese Rice, verdugo cuando se rozó el trono continental.
Hay motivos para seguir soñando si el Granca está de por medio. Un año más, y no es el primero, luchará a un partido por ser campeón, palabras mayores que hace tiempo dejaron de ser excluyentes para este escudo. Pudo ser la Eurocopa en abril de 2015. Y pudo ser también, la Copa del Rey, allá por febrero pasado.
El destino puede que tuviera reservada la Supercopa de España para traspasar esa frontera que permite entrar en la eternidad y que, hasta la fecha, se ha venido negando. En Vitoria lo primero era despachar al Baskonia, tarea siempre industriosa, con o sin bajas, y sí, se dio el partido. Hasta el último momento, muy parejo, faltaría más, pero faena redonda, con soberbio recital de Kuric y un meritorio reparto coral para completar lo que quedaba. No puede empezar de mejor manera el mandato de Casimiro. Porque pase lo que pase, haya o no proeza, la gente del Granca tendrá los niveles de orgullo por los cielos.
No será fácil porque, enfrente, estará el Barça de Rice, el base diabólico que ya hizo capitular al Granca en sus tiempos con el Khimki. El actual campeón de la Supercopa gira en torno a estos 1.85 metros de talento y arte. Pero si en algo no gana el Barça al Herbalife en estos momentos es en motivación y hambre. Por ahí se puede empezar a inclinar un partido que ya ha entrado en la historia pero que persigue el mejor colofón posible. Hay final y habrá que jugarla. Y, por qué no, ponerse en lo mejor.
La puesta en escena del Granca fue notable, aunque de McCalebb se esperara mucho más que una canasta inicial y poco o nada largo rato después. Por suerte, ahí nunca falla Oliver, bajo cuya mano funcionó mucho mejor el equipo. Tardaron en carburar unos y otros, pero, hasta el descanso, sobrevoló siempre la certeza de que el Herbalife tendría al Baskonia controlado siempre que no concediera demasiado. Muy erráticos los anfitriones, si las ventajas no fueron sustanciales se debió a la cadena de errores compartidos, con ataques precipitados y rebotes sin cerrar. Pérdidas por doquier, malas elecciones... En el alboroto se alimentó mejor el conjunto vitoriano, incómodo arriba y abajo pero al que alimentaron Hanga y Shengelia. Casimiro quería que sus hombres corrieran. Y corrieron.
El problema fue de precisión, algo normal y asumible a estas alturas de la película. Con el protagonismo anotador muy repartido, y finalizado el primer cuarto en paridad (13-17), amenazó con romper a base de bombas Kuric, con doce puntos desde el perímetro casi consecutivos y que salvaron malos tragos en la pintura, blando Hendrix y sin intimidación Planinic. Volvió Kyle cuando más se le necesitaba y para impedir que metiera tijera un Baskonia siempre por debajo y huérfano de dirección, gafado de norte a sur Larkin. Así se llegó al ecuador. Si antes del partido se olía la oportunidad, consumidos veinte minutos, y pese a la ventaja circunstancial (25-32), ahora la final ya era masticable. El oponente ofrecía vulnerabilidad en todas sus facetas.
Un 9-0 a la vuelta de los vestuarios del Baskonia sacudió el orden establecido y supuso una prueba de madurez para los muchachos de Luis Casimiro. Se iba la eliminatoria de no aplicar ajustes atrás, desbocado el ataque de los de casa. Tuvo que volver Oliver para serenar al personal y el Granca retomó el mando en el tramo central del tercer cuarto. Ventajas mínimas, ya sufridas por la defensa implacable que encontró y que cimentó otra sacudida adversa. Despertó Larkin, hasta entonces fallón, y dos minutos fatales dejaron el asunto en un 48-44 esclarecedor. Se enchufaba, más a fuerza de insistencia que de inspiración, el grupo de Sito Alonso.
El incendio lo apagó el de siempre. Con 38 años a cuestas, Oliver hizo cinco puntos de enorme valor anímico. Dos los cocinó con rebote ofensivo y estimable percusión en el poste bajo. El otro, una bomba. Ahí lo quería el Herbalife y ahí lo tuvo. Un poco de Albert y otro de Planinic pusieron en el marcador un 51-53 que cortaba la hemorragia. Fue un latigazo vital y dejaba en todo lo alto el desenlace, pues se entró en el último tramo con todo por decidir (53-53). Los esfuerzos del Baskonia no le habían procurado margen alguno. Y un Granca a arreones se mantenía en la pelea.
Llegado el momento de los valientes, el Granca no se arrugó. Siguió a lo suyo, trabajando canastas y sabiendo que ya no podía dar más regalos. McCalebb entró en harina. Se le esperaba,fundido a correr Oliver. Y el bueno de Bo se sacó un triple de los que le han dado fama y las camisetas amarillas se multiplicaron. Un 58-63 forjaba el sueño de otra final, aunque volvió la gelatina y rugieron los baskonitas con un 4-0 para el 62-63 con el que se entró en los minutos decisivos del tercer cuarto. El partido estaba precioso. Puro fuego. Con intercambio de golpes, Larkin en combustión y el rugido del Buesa Arena para empujar a los suyos. No hubo tembleque. McCalebb, ahora sí con un triplazo, Planinic, jafador donde los haya, y, quién iba a ser, Kuric, colocaron todo con un esperanzador 73-78 para estrenar el último cuarto.
Sin puntería pero con raza persitió el Baskonia en su guarida. En otros equipos, habría vértigo. En el Granca ya se ha incorporado al ADN una resistencia natural a la capitulación. Aquí ya se lucha por lo máximo, sin atender a presupuestos, pronósticos o lógicas. Emergió Báez, guerrero de los que ya no quedan. No tuvo su mejor exhibición. Pero, cuando más se le buscó, ahí estaba para sumar puntos y capturar un rebote celestial. Con 76-80 nadie se elevó más que él para agarrar la pelota y terminar forzando dos tiros libres para un 76-82 que anticipaba la fiesta a nada para la bocina. Ya era cuestión de no arruinar tanto sudor. Corrieron los segundos finales entre gestos victoriosos. Nadie lo merece más que ellos.