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Había una vez una Caja...

Jueves, 1 de enero 1970

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Propongo al lector el siguiente ejercicio práctico: abra el ordenador, conecte con el buscador Google -el más consultado en todo el planeta- e introduzca La Caja de Canarias. Sobre la marcha aparecerá, como primera referencia, la web oficial de la entidad de ahorros con sede en Las Palmas de Gran Canaria. A continuación, vuelva al buscador y teclee la palabra Bankia. Espere un nanosegundo, que es lo que tarda Google en hacer su trabajo, y se encontrará con un listado de referencias de lo más variopinto: desde Wikipedia explicando que bankia es un tipo de molusco bivalvo, a la reseña del banco noruego del mismo nombre que en 2005 fue absorbido por el Santander y, por supuesto, la nueva denominación comercial del banco surgido de la integración de un puñado de cajas de ahorros, con Caja Madrid como buque insignia y La Caja de Canarias como una más en el saco de las pequeñas que se sumaron a última hora. Ahora bien, trate de encontrar un vínculo entre Bankia y Canarias. Si lo consigue con facilidad, se hará merecedor de un premio.

Tras la anécdota se encuentra una realidad: esta semana se ha consumado la difuminación de La Caja de Canarias en un gran banco que entrará en bolsa, que busca capitalizarse a marchas forzadas y que cogerá velocidad de crucero al tiempo que se irá diluyendo en su seno la influencia de las cajas pequeñas. Así, Bankia será una gran estrella -o pretende serlo- que surja precisamente a costa de digerir otras de menor dimensión en el espacio interestelar, pero de gran relevancia en sus universos respectivos. Es -o mejor, era-, el caso de La Caja de Canarias, entidad de referencia en las Islas hasta que hace más de una década un asalto político en toda regla sumió a la caja en un progresiva pérdida de credibilidad -el mayor activo, por otra parte, de una institución que precisa del crédito bancario tanto como de la confianza financiera-. Tras un periodo de naufragio, La Caja fue enderezando el rumbo pero el estallido de la crisis financiera mundial cambió las reglas del juego y surgió la necesidad de las alianzas. Lo fácil ahora es decir que los acontecimientos se precipitaron y que La Caja de Canarias encontró el menor de los males bajo el paraguas de Caja Madrid. ¿Pero no podría haber sucedido de otra manera?

La respuesta es afirmativa. Lo saben en La Caja y lo saben los partidos políticos. Sobre todo los que han gobernado durante la última década y media: Coalición Canaria y Partido Popular. El Partido Socialista, por su parte, pareció olvidarse de que gobernar en la entidad fundadora de La Caja -el Cabildo- y en el Ayuntamiento capitalino le daban una fuerza política y moral de gran peso que no han sabido o querido ejercer. Lo increíble del caso es que, aún siendo conscientes de lo que podía suceder, la respuesta de CC y PP fue no hacer nada: la actualización de la Ley de Cajas canaria se fue quedando en el cajón año tras año; la Consejería de Economía y Hacienda hizo dejación de su función de tutela de las entidades canarias, tanto en el mandato de José Carlos Mauricio -un político sin carné conduciendo la economía del Archipiélago- como en el de José Manuel Soria -un político más interesado en los últimos años en medrar en Madrid que en responder a las necesidades de su tierra-; y la propia Presidencia del Gobierno de Canarias se encerró en su burbuja y no facilitó un entendimiento entre las dos cajas isleñas que habría permitido su integración, en mejores condiciones, en una misma alianza y dando musculatura financiera a la región y un aval más para creer en la idoneida del nacionalismo. En ese escenario en el que parecía que nadie sabía nada y donde nadie hacía nada, Cajacanarias hizo lo que quiso, con la duda más que razonable de si contó para ello con los parabienes del Gobierno nacionalista; y a La Caja de Canarias, al final, se le apareció la Virgen -la expresión se hizo muy popular en la entidad hace unos meses-, pero sin caer en la cuenta de que Rodrigo Rato primero debe actuar como banquero y, si le sobra tiempo, como hermana de la Caridad.

Bankia tiene ahora el reto de consolidarse. Cuenta con equipos solventes, de acreditada trayectoria, pero en los que Canarias ocupa un lugar secundario en la toma de decisiones. Para ser exactos, más bien terciario... De hecho, ya se especula en la propia entidad con la salida de algunos de sus primeros ejecutivos ante la constatación de que han pasado de ser directivos con mando en plaza a meros ordenanzas que anotan las actividades diarias y rinden cuentas ante Madrid y Valencia, ciudades que comparten el corazón del banco con nombre de molusco bivalvo.

Y si esto es así ahora, cuando Bankia entre en Bolsa, amplíe su capital y desembarquen los accionistas privados, entonces sólo quedará rezar para que Rajoy le preste su apartamento en el sur grancanario a Rodrigo Rato, a ver si así la insularidad y la ultraperiferia entran en la mentalidad del banco.

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