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España pesa en el mundo

La importancia o influencia de un país en el mundo no depende sólo de sus gobernantes, sino también, y en mayor medida, de la sociedad que, junto a la lengua/historia/cultura y territorio, lo compone. Salvo casos aparentemente excepcionales, como el de Churchill conduciendo el Reino Unido a la Segunda Guerra Mundial, primero, y a la victoria, después, o el llamamiento a la resistencia francesa que hizo De Gaulle a una Francia vencida y amilanada por el III Reich, los líderes políticos hacen la política exterior que la sensatez le dicta. Y en casos de desbordamientos emocionales de un Gobierno que viera a su país con cristales de aumento e intentara guiarlo a aventuras más bien insólitas, las sociedades disponen de ese 'plan B' que devuelve la situación, mediante la alternativa política, a la normalidad desbaratada.

Federico Abascal

Jueves, 1 de enero 1970

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Cuando inopinadamente, o no tan inopinadamente, se produjo el pasado 14 de marzo de 2004 un vuelco electoral en España, la inmediata decisión del nuevo Gobierno fue la de velar la célebre foto de Las Azores repatriando a los soldados que el Ejecutivo popular había enviado al Irak allanado por lo que parece ya un ofuscamiento discurrido bobalicona y dramáticamente entre los cerebros neocarcas de la Casa Blanca, al mando de Bush bis. Durante mucho tiempo, la fuerza política derrotada en las urnas el 14-M y sus analistas consanguíneos diagnosticaron que la política exterior de España estaba en bancarrota, y que el país había regresado al rincón más lóbrego de su historia, pero ha sucedido que otra remesa de soldados españoles enviados a la República Democrática del Congo, y ya de regreso feliz a casa, ha realizado en ese país africano tan simple y pacífica heroicidad, liberando al cuerpo diplomático secuestrado por una de las partidas congolesas sin disparar ni un solo tiro, que esa acción ha despertado muy sinceros elogios en el ámbito de la cooperación internacional.

El presidente Rodríguez Zapatero no ordenó la inmediata repatriación de las tropas enviadas a Irak para contemporizar con el terrorismo islamista, pues nadie es tan ingenuo como para creer que el integrismo es racional; aquella contraorden militar fulminante tendía a corregir un error anterior y, de paso, a reinstalar a España en una posición internacional desde la que pudiera recuperar el respeto de algunos países de Oriente Medio si se hubiera debilitado, como parecía. Y así se ha hecho posible que el gobierno español, ante el caos iraquí, las tensiones chispeantes en el Líbano y la casi permanente fricción palestino/israelí, no permaneciera encallado, pasivo, y lanzase una propuesta, apoyada inmediatamente por Italia y Francia, para que la UE pudiera de algún modo mediar en el núcleo de la conflictividad, es decir, entre israelíes y palestinos. ZP dijo que la propuesta española no sólo intentaba, y en parte ha conseguido, movilizar y apremiar a la UE para alcanzar una política común respecto a Oriente Próximo sino ofrecer al Cuarteto, a través de Javier Solana, un nuevo instrumento de actuación. Y quedaba abierta y consensuada una convocatoria sobre y para la paz en Oriente Medio cuando las circunstancias lo permiten. Podría celebrarse en Madrid, o en cualquier otro sitio.

Y en la cumbre europea que despedía anteayer en Bruselas a la presidencia finlandesa, ZP comprobó que la tenaz insistencia española por conseguir que la UE comprenda y unifique su política de inmigración ha tenido indudable éxito. Bruselas va a dotar con fondos sustanciosos las tareas de vigilancia fronteriza -especialmente en la zona sur-, las labores de integración social de los inmigrantes y el gran capítulo de gastos que supone la repatriación de los llegados sin la requerida documentación hasta un total de 4.000 millones de euros.

Lo de Argelia, con su malestar por la inclinación de España a Rabat, y por ambigua actitud sobre el futuro del pueblo saharaui, es asunto que exige la corrección de un larguísimo pasado, durante el cual nuestra diplomacia jugaba en el norte de África como si se tratase de un taburete con tres patas: Argelia, Marruecos y Mauritania. Madrid se entendía bien con la pata que quisiera fastidiar a las otras dos, lo que en el ambiente árabe es frecuente entre vecinos. Pero los tiempos han cambiado.

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