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El triunfo del ‘brexit’, el fracaso de Europa

Jueves, 1 de enero 1970

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Ayer triunfó en Inglaterra un manojo de sentimientos que se extienden por toda Europa, el miedo, la inseguridad, el nacionalismo, el egoísmo, la xenofobia, la decepción La Unión Europea es un proyecto idealista, pero contra todo pronóstico, o contra todo deseo, está ganando terreno el espíritu de los que creen que es hora de replegarse a los cuarteles de invierno, a defender los castillos de antaño, ahora asaltados por demasiados extranjeros. Para mayor decepción, frente al nacionalismo que busca la disolución europea, encontramos burócratas gobernantes, a los que les falta carisma suficiente para convencer a los ciudadanos del enorme valor de estar juntos frente al egoísmo de aislarse y defenderse de lo que consideran agresiones exteriores, como la inmigración. Las clases más populares, las que refrendaron el Brexit, lo han hecho cargados de ese sentimiento de miedo que conduce a la irracionalidad, a la defensa de lo propio y a la lucha desaforada contra el extranjero. Un miedo éste que nace, a su vez, del empobrecimiento paulatino de los ciudadanos europeos, y en concreto de los británicos, acosados por la crisis. Un sentimiento que se alimenta, a su vez, de los efectos de las medidas contra la propia crisis, cuyo peso de la salida recae sobre los hombros de los más pobres, de las clases medias y de los recursos públicos, mientras las élites económicas se han visto más favorecidas que nunca y aumentan sus rentas y su representación social, asociada al aparato de poder económico y al de la política. Una situación que ha abierto brechas insalvables, suspicacias y desconfianzas aún mayores. La crisis y las medidas para salir de la misma, han evidenciado que la Unión Europea está tomada, que es rehén, de la economía financiera y de las políticas más conservadoras. Está secuestrada por Francia y Alemania, que dominan en el club e imponen sus decisiones en función de sus intereses. Las dos naciones fundadoras se han constituido en representantes de los acreedores y de sus intereses, cuando la mayoría de los ciudadanos, y de los Estados, somos deudores. Para salir de la crisis nos han obligado a pagar las deudas al precio que sea y el gran aparato europeo construido para la defensa de los ciudadanos se ha puesto a las órdenes del poder financiero internacional. Muchos ciudadanos europeos se han sentido abandonados, desilusionados e inseguros entre los brazos de quien dicta las normas en contra de sus intereses, de sus proyectos vitales, de sus ilusiones de futuro haciendo desaparecer lentamente la base de un proyecto común, el bienestar y la seguridad. Todo un cúmulo de sentimientos que están guiando adecuadamente los populismos, de derechas y de izquierdas. No es una posibilidad remota que la ultraderechista Marine Le Pen y su Frente Nacional gane las elecciones presidenciales en Francia y que Europa entre, definitivamente, en la descomposición desde su propio corazón y de la mano del populismo que se ha apoderado del pensamiento de la civilización más potente que ha dado la historia en los últimos siglos. El mismo camino puede seguir Suecia, donde la sospecha separa a los ciudadanos de la UE y la ultraderecha crece al ritmo de la acogida de los inmigrantes. Dinamarca, que acaba de celebrar un referéndum para impedir ceder más soberanía a la UE, país que también se ha puesto en pie de guerra por los efectos de la inmigración. Grecia es otro país tentado, en este caso por el populismo de izquierdas, hasta ahora domesticado por los poderes económicos, pero con el orgullo herido y con una carga insoportable de refugiados a sus espaldas. Una sociedad fascinada por la necesidad de cambios, por ideales extraños a la cultura política construida en el siglo XIX y XX que amenazan con destruir algunas de las esencias del sueño europeo. Quizás no nos debe extrañar esta deriva si pensamos que hace, sólo, 70 años pudimos perder por completo la razón para entregarnos al fascismo y al desenfreno de una cruenta guerra que nos humilló y nos destruyó. El brexit ha abierto múltiples fracturas en Europa, pero también dentro de la sociedad británica, en la que los partidos políticos han quedado absolutamente divididos y en crisis. Los mayores han decidido el futuro de los jóvenes. La periferia rural ha ganado a la urbana. El independentismo del norte ha resurgido porque quiere ser europeo, además de una incertidumbre económica de largo alcance que afectará mucho más a quien más convencido esté en el Reino Unido de que debe estar fuera de la Unión. Al margen de otras muchas fracturas que en la sociedad británica ha abierto el “Brexit” hay una de ellas que me llama poderosamente la atención y es el de la brecha entre instituciones y ciudadanos. Es el propio Gobierno británico el que hace campaña por la permanencia, lo piden instituciones monetarias del país, los banqueros, las grandes empresas, algunas organizaciones humanitarias y hasta el propio Obama, en representación de los grandes aliados. Pero triunfa el “no”, desafiando al poder establecido.

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