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«El día a día es una aventura»

«El día a día es una aventura»

Jueves, 1 de enero 1970

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Eva Soria y Carmelo Rodríguez llevan casados más de 20 años, tienen dos hijos y se consideran un matrimonio totalmente normal. Su única diferencia con el resto es que ambos sufren una discapacidad visual casi desde su nacimiento, que hace que su día a día sea un auténtico reto. Dicen que gracias la ONCE, se conocieron, han conseguido trabajar y realizarse como personas.

Tienen que hacer siempre la compra en el mismo supermercado porque ya saben dónde están los productos, con el calor de la placa de la cocina saben si está encendida, y sus hijos llevan camisas de colores chillones para no perderlos en el parque.

La vida diaria de Eva Soria y Carmelo Rodríguez no es como la de un matrimonio normal, pero gracias a su empeño por salir adelante y la ayuda de organizaciones como la ONCE, han conseguido que la discapacidad visual que sufren ambos desde su nacimiento no les haya frenado para ser una pareja normal.

Los dos tienen una minusvalía visual de Grado 3, lo que supone que han perdido un 80% de su visión, y deben utilizar lupas para poder ver lo que hay a su alrededor.

«Podemos intuir la cara, los grandes rasgos, pero no vemos ni el color de los ojos o si tienes un lunar. La gente realmente no sabe lo que tenemos, porque a un ciego con el bastón se le conoce.

Nosotros a primera vista no tenemos nada, y por eso me han llamado hasta drogadicto», cuenta Carmelo con resignación y mucho buen humor.

Eva, con una retinosis, es la que menos visión tiene, ya que cada día que pasa pierde más vista. Cuentan que en su día a día les ocurren cosas que, en su estado, se convierten en inverosímiles, como sentarse encima de alguien en un banco sin darse cuenta o perderse en la playa porque alguien se lleva la sombrilla que cogieron como punto de referencia. «Nuestro día a día es una aventura, lo que para la gente es normal, para nosotros es un auténtico mundo». Aún así, están orgullosos de haber educado a sus hijos de 16 y 11 años, que, afortunadamente, están sanos. «Ha sido muy duro criar así a nuestros hijos. El trabajo es triple porque el esfuerzo siempre es mayor y es muy complicado.

Con lo peor que lo pasaba era cuando sacábamos al primero a pasear, porque se iba corriendo y no lo encontrábamos. ¿Carmelo, dónde está el niño?, era lo que más preguntaba», relata Eva.

En medio de este camino, se les cruzó la ONCE, a la que aseguran que le deben casi todo. Se conocieron en un acto de la organización en Madrid, y años después, Eva dejó su Valencia natal para trasladarse hasta Las Palmas de Gran Canaria y casarse con Carmelo.

Además, han trabajado como vendedores de cupones y Carmelo permanece en la organización.

«En la ONCE me he realizado como persona. A los 14 años me di cuenta que dependía de mis hermanos y no me gustaba. Afortunadamente, entré en 1985 y hoy es como mi segunda casa. Gracias a ella, mi familia está comiendo y puedo tener una vida digna. Los que padecen lo mismo que nosotros deberían acudir a ella y no quedarse en casa encerrados», dice Carmelo.

Los dos opinan que la ONCE es «única en el mundo» porque, al fin y al cabo, argumentan, les ha permitido «vivir».

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