El camino de la leyenda
Resulta inevitable que durante el día de mañana el nombre del tenor Alfredo Kraus (Las Palmas de Gran Canaria, 24 de noviembre de 1927Madrid, 10 de septiembre de 1999) ocupe un lugar privilegiado en buena parte de los medios de comunicación nacionales e internacionales. Se cumplen diez años de su muerte y un aniversario como éste resulta impensable que pase desapercibido, cuando de quien se trata es de una glorias de la música de todos los tiempos. De un cantante que marcó época y que en una reciente clasificación realizada por críticos nacionales e internacionales ha sido catalogado como el segundo mejor tenor del pasado siglo XX, superado sólo, según éstos, por Gigli Beniamino. Pero este aniversario, triste como todo el que recuerda un fallecimiento, no devolverá a la memoria de la mayoría el talento de Kraus. Su voz y su recuerdo siguen vivos para millones de melómanos de todas las generaciones. Muchos, con cerrar los ojos y tirar de memoria, se emocionan a menudo con el recuerdo de su voz en alguna de las actuaciones en directo en las que tuvieron la fortuna de disfrutar de su magisterio. Y un buen número de ellos con el aria Pourquoi me réveiller, del Werther de Massenet, como tema de cabecera. Los que jamás lo saborearon sobre un escenario, se deleitan a menudo en casa con alguna de sus grabaciones. Los aniversarios de nacimientos y muertes de personajes significativos en el ámbito cultural traen consigo un torrente de elogios y loas en los distintos análisis. Inimitable, mítico, irremplazable, legendario, superdotado y asombroso son alguna de las etiquetas que tomarán protagonismo en los próximos días cuando se refieran al tenor grancanario Alfredo Kraus. ¿Se exagera, se cae en el tópico o se ciñen a la realidad? Sin duda, existen y existirán opiniones para todos los gustos, algunas con una base sólida y otras fruto de envidias y deudas personales pendientes, tanto en el Archipiélago como fuera del mismo. Pero si se analiza con frialdad la carrera de este tenor que debutó internacionalmente en el Teatro Real de El Cairo, en 1956, se descubrirá que se está ante una figura indiscutible, que labró su leyenda paso a paso, durante un largo camino que lo llevó desde sus pinitos como colegial en el Corazón de María de la capital grancanaria hasta los principales escenarios de Italia, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y un largo listado de países donde lo adoraban. Se rendían ante su elegancia y ante una voz inolvidable. El hombre que estaba detrás Pero su leyenda no surge de la nada. El gran tenor, el mito, cobra vida gracias a una persona. Su vertiente más desconocida y tan importante o más que el Alfredo Kraus artista. Y ante esto, nada mejor que descubrir los aspectos más destacados de su vida y no hay mejor narradora para ello que su hermana y, durante muchos años agente, Carmen Kraus. Es de perogrullo, pero Alfredo Kraus también fue niño. ¿Y cómo era aquel chaval que correteaba con su hermano Paco y con Carmen por los alrededores de su casa materna, en la calle Canalejas de la capital grancanaria? «Fue el que más tortas en el culete recibió de los tres. De niño, Alfredo tenía un carácter atravesado. A veces, le daban rabietas y se tiraba al suelo a llorar rabioso, ante lo que mi madre le daba unas buenas tortas en el trasero», explica con una sonrisa Carmen Kraus. Y continúa con una anécdota: «Alfredo odiaba los pantalones de lana y no quería ponérselos para ir al colegio, lo que provocaba a menudo una nueva rabieta». Carmen Kraus recuerda que los tres hermanos la cuarta, Enriqueta, murió siendo una niña «se llevaban muy bien». «Alfredo y Paco salían juntos, pero cada uno solía ir por su lado, como durante toda su vida. Jugábamos con patines y patinetas en la calle Canalejas, ya que en aquellos años no había problemas con el tráfico», explica. Pero desde muy niño, Alfredo tuvo una mayor vinculación con su hermana Carmen. «Es cierto, recuerdo, por ejemplo, como en Reyes me ayudaba a hacer mi casa de muñecas. A medida que crecíamos, nuestra amistad y vinculación fue en aumento», explica la hermana del tenor, que asegura que Alfredo Kraus era «un buen estudiante». Los Kraus se criaron en una casa familiar donde reinaba la cultura. Sus padres, Josefa y Otto de origen austríaco eran muy aficionados a la música. «Mi padre tenía voz de barítono y tocaba el piano de oído, mientras que mi madre tenía también una buena voz, de soprano ligera». En el fonógrafo familiar, en torno al que se solían reunir los miembros de la familia, predominaban los discos de ópera. Además, recuerda Carmen Kraus, en casa los hermanos solían representar obras de teatro en prosa con los amigos de la familia puede que aquí nacieran las dotes interpretativas de Alfredo, que tenían como punto culminante cuando sus padres bailaban en el salón un vals al estilo vienés, algo casi desconocido por aquellas fechas en las islas. Pero no todo era música. Otto Kraus tenía «una biblioteca enorme» y, recuerda su hija, «nosotros teníamos una libertad plena para leer lo que quisiéramos. No nos censuraban nada. Leíamos ya de niños cosas que, quizás estaban destinadas para personas de mayor edad». Aunque pueda dar una imagen de familia snob, el hogar de los Kraus era bastante mundano y propio de la época, con una casa en la que los animales siempre ocuparon un espacio importante. «Teníamos gatos, cabras y gallinas en la azotea. Abajo, cantantes», rememora entre risas la menor de la saga. Formación Alfredo Kraus estudió de niño piano y solfeo, pero no culminó sus estudios. En su temprano despegue musical tuvo mucho que ver el «padre Zabaleta», en el colegio Corazón de María. «Tenía un coro muy bueno que cantaba en la iglesia. Alfredo ya destacaba, porque desde niño su voz era bastante ronca. Nunca tuvo una voz blanca. Era todo un acontecimiento cuando cantaba en la misa de Nochebuena. Iba todo el barrio y mis hermanos Paco, Alfredo y Pepe García como solistas emocionaban a todo el mundo». Kraus también recibe clases en el coro que puso en marcha María Suárez Fiol y Luis Prieto. Cuando ya era un galletón, Alfredo Kraus hace el servicio militar obligatorio en las milicias y aprovecha su estancia en Barcelona y Valencia para recibir clases de canto. En la Ciudad Condal cuenta con el magisterio de Gally Marcoff, mientras que en la capital levantina tiene como profesor al maestro Andrés. Ya por aquel entonces, con veintipocos años, Carmen Kraus recuerda que familiares y amigos, como el artista Juan Hidalgo, apostaban porque el futuro tenor se marchase al extranjero para perfeccionarse. En Italia finaliza sus estudios de canto con Mercedes Llopart, que pulió todo su potencial. La vida familiar A nivel personal, Carmen Kraus reconoce que su hermano Alfredo tuvo dos novias de joven, pero que su gran amor fue siempre su futura esposa, Rosa Blanca Ley Bird, con la que se casó en la pequeña iglesia del Parque de San Telmo. Una compañera fiel e inseparable, en la que el tenor siempre encontró el apoyo necesario para llevar adelante su brillante carrera musical y con la que tuvo cuatro hijos: Rosa María, Alfredo, Patricia y Laura. A nadie se le escapa que compatibilizar una vida familiar con una trayectoria artística como la del tenor grancanario, plagada de viajes por todo el planeta, no fue una tarea fácil. Pero Alfredo Kraus tenía las cosas muy claras en todo momento y planificaba la temporada de tal manera que le permitiese guardar ciertos periodos para el descanso y la vida con sus hijos. «Las dos abuelas le ayudaban con el cuidado de sus hijos, pero Alfredo tenía un calendario que respetaba cada año. La Navidad era intocable. Pasaba la Nochebuena en su casa de Madrid y el fin de año en Lanzarote, una isla a la que amaba profundamente. En abril, se tomaba también un descanso y pasaba unos días en la isla conejera. Ya en verano, entre julio, agosto y principios de septiembre se guardaba varias semanas que rondaban en total el mes y que, generalmente, pasaba con la familia también en Lanzarote». Después de su estreno internacional, Kraus cantó en el año 59, en el Teatro Pérez Galdós de la capital grancanaria, Los pescadores de perlas, ópera que, como era costumbre por aquellos años, fue retransmitida en directo por Radio Las Palmas, que así dio a conocer entre la población a la aún joven y prometedora figura. Carmen Kraus, que recuerda perfectamente el estreno de su hermano en su ciudad natal, destaca que el último recital de Kraus fue también en la isla, en el año 1999, en el Auditorio de la playa de Las Canteras que lleva su nombre, justo 40 años después de su debut insular. Pero el punto de inflexión de su emergente carrera se produjo lejos. En Egipto, en concreto en el Teatro Real de El Cairo. el 17 de enero de 1956 con dos óperas muy dispares, Rigoletto, de Giuseppe Verdi, y Tosca, de Giacomo Puccini. Carmen Kraus reconoce que en aquella histórica cita, su hermano tuvo que echar mano de la sangre fría que siempre le caracterizó para controlar los nervios propios de un debut que finalmente salió a pedir de boca. «El repertorio siempre lo decidía Alfredo, sabía perfectamente qué se ajustaba a sus características y qué papeles no eran los adecuados. Empezó de tenor ligero, pero aquellos papeles no le gustaba y rápidamente pasó a tenor lírico. En el caso de El Cairo, Rigoletto lo acabó fresco, mientras que Tosca algo más cansado. No se ajustaba a sus condiciones y la dejó rápidamente».