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El cabo chusquero

El cabo chusquero

Javier Moreno

Jueves, 1 de enero 1970

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En España han funcionado dos modelos de festival de música clásica: el 'chusquero' y el 'metafísico'. El 'chusquero' se concibió para la satisfacción de los turistas que acudían en verano a ciudades como Santander, San Sebastián o Granada. El 'metafísico', en cambio, se creó para hacer la competencia a la Iglesia católica, sustituyendo el culto a la Trinidad por el culto a Bruckner. Este fue el caso de Canarias, hasta que la falta de perras cortó el viaje celestial. Por eso, quien manda ahora es Chaikovsky, con sus bellas durmientes, sus romeos y julietas y toda esa parafernalia que hace las delicias de niños y mayores. Es cierto que hay mucha desesperación entre los que iban al Auditorio a rezar el rosario, pero quien esto escribe se ha intoxicado hasta tal punto con la música de Wagner, Bruckner y Mahler que, si les digo al verdad, no me importa que sean ellos los que ahora resulten perjudicados. Sin embargo, no soy partidario del ensañamiento: una cosa es programar a Chaikovsky y otra poner sobre el escenario al cabo Spivakov, cuyo talento se utilizaría mejor al frente de la banda de cornetas y tambores de San Petersburgo. Así, de la 'Cuarta Sinfonía' lo único que sobrevivió fue lo de 'Cuarta', quedando lo de 'Sinfonía' convertido en un amasijo de sonido similar al que produciría si el trenecito de Román Rodríguez pasara por el centro del escenario. Saavedra estuvo de acuerdo en este punto, pero mientras él lo achaca a la ridícula ubicación de los músicos (todos en el mismo nivel), yo estoy convencido que obedece a la ridícula ubicación de las ideas. Leonard Elschenbroich, que debía conocer bien la historia de este festival, se puso en trance religioso para tocar a Saint-Saëns: movimientos de cabeza a un lado y otro, ojos en blanco en los momentos más sublimes, etcétera. La interpretación estuvo bastante correcta, salvo por esas molestas desafinaciones que se produjeron de vez en cuando. No creo que haya que mencionarlo pero, por si acaso, vale la pena insistir en el hecho de que la chusquería no es un demérito para el Festival de música. Cuando se corra la voz, podría ser que mucha gente que hasta ahora ha sido refractaria a acudir al evento, se diera un salto una vez haya desaparecido el olor a incienso. No fue el caso en esta ocasión: la sala no estuvo llena. Tal vez, dicha renuencia sea culpa de ese plan de márketing fallido que insiste en que "no se ha sacrificado la calidad". Y lo cierto es que se ha sacrificado hasta arrastrarse por el suelo, porque, en música clásica, la palabra "calidad" es casi siempre sinónima de solemne aburrimiento.

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