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Diez años después de denunciar por acoso sexual a un superior y conseguir que fuera condenado, la médico militar canaria Elisa Romera ha sido jubilada del Ejército. El «infierno» vivido entonces la sumió en un estado anímico que no superó y se agravó una vez destinada a Canarias, donde vivió otra situación compleja. Defensa considera ahora que no es «apta», pero lo desvincula del sufrimiento vivido.
Tras acabar la carrera de Medicina y superar una dura oposición y la formación de un año, Elisa Romera consiguió cumplir su sueño: convertirse en médico militar. El hecho de que su padre fuera capitán de la Guardia Civil le había permitido conocer a médicos militares e ilusionarse con un futuro profesional nada convencional entre los licenciados de Medicina y mucho menos, mujeres.
Sin embargo, Elisa tenía vocación y mucha ilusión. Su primer destino con poco más de 20 años fue el Regimiento de Infantería Mixto Garellano de Munguía (Vizcaya).
En su batallón era la única mujer oficial, pero esto no le importaba. Pensaba entonces que la carrera militar había cambiado y que las mujeres eran tratadas igual que los hombres. Pero se confundió.
A los meses de empezar, el teniente coronel F.B.O empezó a dirigirse con ella con términos como «cariño o corazón», además de hacerle continuas referencias a las mujeres canarias. Por ejemplo, según relata Elisa, en una ocasión y dado que se venía los fines de semana a su casa, le espetó: «Como eres canaria serás muy fogosa y te irás para allá para follar como conejos».
Pese a pedirle que la tratara con respeto y como teniente médico, F.B.O fue a más y un día, intentó tocarla. Fue la gota que colmó el vaso y que llevó a Elisa a denunciar.
Este paso lo dió una vez fue destinada a Canarias, en 2006, y el proceso «largo y muy duro» se extendió hasta 2009. Entonces el Tribunal Militar Central falló a favor de Elisa y condenó a F.B.O a un año de prisión por «abuso de autoridad». No lo fue por acoso sexual porque no está tipificado en el Código Militar.
El infierno sufrido durante todos esos años, que coinciden con el inicio de su carrera militar, generan en Elisa una situación de ansiedad y depresión que la obligan a recibir terapia sicológica, que recibe dentro y fuera del cuartel. Si bien, en ningún momento deja de trabajar. «Yo me decía que tenía que ser capaz de superarlo», indica Elisa, quien aún no ha vencido el miedo a F.B.O. «Aún hoy muchas veces pienso que va a venir a matarme», indica Elisa, que sigue recibiendo actualmente ayuda sicológica.
La presión vivida no sólo le paso factura a ella sino también a su padre. Cinco días después de llegar destinada a Canarias y decidir denunciar, su padre sufre un accidente cerebro-vascular, que le deja una minusvalía en el 90% de su cuerpo. «Siempre me he sentido culpable por lo que paso», indica.
SEGUNDO CASO. Una vez en Canarias, Elisa tuvo dos años buenos, durante 2010 y 2011, cuando se casó (con un compañero de promoción, médico militar también) y tuvo a su primer hijo. Pero la racha no duró mucho. El sufrimiento regresa cuando, embarazada de su segundo hijo, el ex jefe de la Unidad Sanitaria de El Arsenal «comienza a hacerle la vida imposible» a raíz de una desavenencia con su marido. «Me presionaba, se metía con mis hijos diciendo que eran deshonrosos y con mi marido», recuerda Elisa. Aquella nueva situación de acoso e impotencia le lleva a revivir el pasado. Y se hunde por segunda vez.
La junta médico pericial de Las Palmas integrada por tres personas la reconoce y concluye que Elisa no es apta para el desempeño militar por el sufrimiento que acumula en sus años en el Ejército.
El expediente se remite a Madrid y entonces Defensa decide hacerle un nuevo reconocimiento. La citan en Madrid y a través analíticas, radiografías y escáneres, determinan que efectivamente no es apta pero rectifican el informe de Las Palmas y desvinculan su patología de los abusos sufridos. «Así zanja y tapa Defensa un caso que pondría en entredicho la imagen del Ejército y el proceder de algunos de sus mandos, en un mundo que continúa siendo para los hombres», dice Elisa.
Ahora, jubilada con 39 años, lucha para que se reconozca que está fuera no porque no supiera acatar la disciplina o no le gustara el Ejército sino porque le hicieron la vida imposible.
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