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Desconfianza

Lunes, 20 de julio 2020, 06:48

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El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dio a conocer esta semana el barómetro del mes de enero en el que, como viene ocurriendo de un tiempo, ya no corto, a esta parte, se recoge que los ciudadanos españoles consideran que el tercer problema del país, después del paro y la situación económica, es la clase política y los partidos. Volver sobre ello podría parecer recurrente; sin embargo, siendo grave esa percepción, aún más sorprendente es que la tendencia va en ascenso. Si en diciembre fue el 19,3% el que se refirió a los políticos y los partidos como una de sus preocupaciones primordiales, un mes después fue un 20,6%, 1,3 puntos más. De lo que se deduce, de manera clamorosa, que estamos inmersos, además de en una furibunda crisis económica, en una alarmante crisis política que, para mayor sonrojo, va a más.

Pero, más sobrecogedor resulta aún comprobar cómo quienes debieran intentar corregir esta peligrosa deriva no sólo no hacen nada por enmendarla, sino que, a la vista de la percepción ciudadana, se empeñan en agrandarla.

El noble arte de la política no es que esté en horas bajas, es que están enterrándolo. Y así contemplamos cómo, con la que está cayendo, en vísperas electorales, los partidos llevan meses cruzándose nombres, haciendo realidad otro montón de intrigas, centrando su atención en ver quiénes son los que se hacen con un puesto, y sobre todo de salida, en las listas que pujarán a los ayuntamientos, cabildos y parlamentos regionales.

Hablan y hablan y hablan de validos, de depuraciones, de la cuota o de éste o aquél clan o familia con influencia en la organización y nada de programas, de propuestas. De lo que se concluye, una vez más, que están sobre todo preocupados en la preservación de los suyos, atendiendo a los criterios de una burda partitocracia que se han empeñado en implantar. Así, no es extraño que Mariano Rajoy no entienda ni su propia letra cuando se trata de dar una respuesta a una candorosa pregunta de una joven que sólo pretendía conocer cuál sería su propuesta para fomentar el empleo juvenil; Alfredo Pérez Rubalcaba nos venga con la obviedad de que no se sale igual por la izquierda que por la derecha, aunque por sus hechos los conocerán; Jorge Rodríguez eche mano del manido recurso de volver a prometer la Casa de la Cultura en la sede de la OTP, como si no lo hubieran prometido en las anteriores y en las anteriores campañas; o Nueva Canarias siga con su yo qué sé con quién pactar o sin tener claro hacia donde crecer.

Y la desafección en ascenso. Claro que va en ascenso. Hasta el punto que la desconfianza hacia los políticos empieza a ser patológica, algo que, sin duda, es insano, sobre todo porque en estos tiempos, nada halagüeños, se necesitan liderazgos y soluciones urgentes. Pero, en vez de captar que la desconfianza es una rotunda respuesta a sus maneras, un posicionamiento claro a sus artes, ahí siguen, con sus enfrentamientos, sus descalificaciones. Y preocupados en la elaboración de las listas. Tristes tiempos estos en los que la abstención se erige como principal opción y los que votan eligen opción por defecto. ¡De lo más edificante!

Nunca antes, a los datos del CIS me remito, los principales líderes, de gobierno y oposición, habían tenido una valoración tan negativa. Habrá que concluir, entonces, que predominan los pequeños políticos; que, además, se empeñan en no crecer.

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