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Las puertas del templo grancanario del arte contemporáneo, el CAAM, siguen cerradas para Pepe Dámaso (Agaete, 1933). Al artista no parece importarle. Sostiene que su obra encaja mejor en San Martín Centro de Cultura Contemporánea, un espacio más cálido y canario que el cubo blanco y hueco del museo de la calle Balcones. Allí se expone estos días su proyecto Encuentros. Dámaso y el tríptico de Agaete de Joos Van Cleve. Una exhibición que, durante su presentación a los medios, quedó eclipsada por el retorno a la vida pública del artista grancanario, quien sufrió un doble infarto el pasado 29 de marzo. Dámaso ha aprovechado este trabajo, centrado en la obra del pintor flamenco del siglo XVI, para exponer los núcleos centrales de su trayectoria artística y de su imaginario. El resultado es una especie de exhibición antológica concentrada en la que se exponen piezas muy apreciadas por el propio artista, como el mural que ha arrancado del patio de su casa y que le ofrece, a diario, una visión idealizada de la costa de Agaete. El artista insiste mucho en que su trabajo responde a la obsesión por trasladar lo local a lo universal. Ese impulso es el que le movió a crear una iconografía mitológica para los aborígenes canarios que se enfrentaron a los conquistadores, a imaginar a un ángel del Gofio, un Adán y Eva rodeados de filodendros y calas, una calavera blanca hecha de encajes o una última cena con un portátil y un papayo donde aparecen amigos y conocidos del barrio. Su visión pictórica, de carácter simbolista, incluye elementos extraídos del entorno cotidiano y del paisaje isleño, visiones, todas ellas, fácilmente identificables para cualquier canario. Así, no es raro que algunos calificaran el trabajo colorista y vigoroso de Dámaso que se exhibe en San Martín como arte pop, un estilo con el que el artista no se identifica. La exposición que nos ocupa arranca en la planta baja, donde se ofrecen claves para comprender la presencia del arte flamenco en Canarias e incluye obras realizadas por Dámaso en distintas épocas y que demuestran la relación temática entre ambos artistas más allá del espacio y el tiempo. El autorretrato de Joos van Cleve se acompaña de la interpretación colorista de Dámaso del mismo cuadro. En esta versión, la diminuta flor que sujeta en la mano el belga toma todo el protagonismo y eclipsa el rostro del misterioso artista flamenco cuyo tríptico llegó a Agaete, en torno a 1537, por encargo de Antón Cerezo, como fruto de las intensas relaciones comerciales entre Flandes y Canarias por la caña de azúcar. La sala acoge otros autorretratos, realizados entre 1949 y 2009, donde Dámaso refleja su propia evolución pictórica. Además, se incluye el retrato que le hizo su amigo César Manrique. El recorrido por los hitos de su trayectoria es, cuanto menos, sorprendente pues si algo caracteriza al trabajo de Dámaso es su versatilidad y su afán de experimentación, que lo impulsan a abrirse a nuevos lenguajes y soportes. Además, como bien indicó el comisario de la muestra, Francisco José Galante, Dámaso exhibe una constancia y una disciplina en el trabajo asombrosas, incluso ahora, con 80 años cumplidos. «Esta exposición surgió de forma meditada. Pepe, tras una conversación que tuvimos en 2007, trabajó intensamente de forma metódica, laboriosa y sesuda, propia del ejercicio de un buen artista», dijo el comisario en la presentación de la muestra. Y es que el creador, desde entonces, ha reinterpretado, no solo el tríptico de Agaete, sino gran parte de la obra atribuida al artista flamenco y los motivos que predominaron en la pintura de la época. Los ha versionado en distintos soportes y sin renunciar al gran formato. Obras como El ángel del gofio, las dos versiones de su propia muerte de El vaho en el espejo, su Adán y Eva, dos Lucrecia con los rostros de las actrices Nuria Espert y Mirta Ibarra, su versión de la última cena incluida en la obra de Van Cleve Retablo de la deploración, el San Jerónimo con el dedo de Dios (caído), La Madonna de las cacatúas o la Madonna de los esclavos son algunas de las piezas realizadas recientemente que dan fe de su imparable pulsión pictórica. En este apartado también se incluye su reiterpretación del propio tríptico de Nuestra Señora de las Nieves, pieza que no se incluye en la exposición porque está a punto de ser restaurada. En el tríptico de Dámaso, con colores planos y vivos, se mantienen las siluetas de los personajes originales. Sobre ellos, el grancanario propone a unos nuevos protagonistas. Así, la Virgen se sustituye por un hombre negro; el monje del estigma de la derecha, por su amiga Paqui; la pareja de donantes, por los padres de Dámaso, un tercer donante, por César Manrique, y el monje del báculo, por el doctor Agustín del Álamo.
Sin descanso Este trabajo se acompaña de un arsenal de obras que le sirvieron para realizar distintas aproximaciones al tríptico, desde móviles, a pinturas sobre ladrillos, pasando por objetos y lienzos. La exposición se completa con un apartado centrado en la obra de Dámaso, ubicado en una galería de la planta alta. Allí se pueden apreciar los principales temas que han ocupado su pincel durante décadas; en especial su incesante coqueteo con una muerte orgásmica, tropical y juguetona. El cráneo colorista de su obra Muerte de las cruces, realizada sobre papel en 1951, se convertiría en una constante temática en los años venideros. Pero una de las obras más relevantes, de todas las dedicadas a la parca, es Metamorfosis de un grito blanco que expuso por primera vez en 1967 en un homenaje a Óscar Domínguez. Se trata de un cuadro blanco en el que los encajes envuelven a un cráneo de perfil. Más corpórea es la muerte de su Tríptico de la Crucifixión protagonizado por Juanita, una mujer soltera que incomodó a los vecinos con sus afilada lengua y que fue eternizada por el pintor en 1968. Otra de sus temáticas favoritas, la literatura, irrumpe en el título del dibujo La muerte puso huevos en la herida, un verso que Federico García Lorca incluyó en Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. El poeta granadino también protagoniza una crucifixión en la que Dámaso le presta su rostro. El cuadro, de 2 por 3 metros, fue realizado en 1998. Su pasión literaria también se refleja en una de las obras más singulares de las que se exponen en San Martín; un tríptico en las que multitud de láminas pintadas con tinta china azul, adoptan un aspecto de mosaico. El trabajo, titulado Las tentaciones de Pessoa, según El Bosco y Dámaso (1996), recoge imágenes surrealistas mezcladas con visiones de lugares emblemáticos de Portugal. Las piezas que se exhiben de la series La Umbría (1976) y Sida (1993), también centradas en la muerte; su colorista visión de los antiguos canarios en la serie Héroes Atlánticos, su interés por el mundo afroamericano con obras como el Políptico de las Cacatúas (1998) o Tragedias atlánticas (2000), donde aborda el drama de los subsaharianos que se internan en el Atlántico en pateras, ponen de manifiesto los principales focos de interés en los que ha posado su mirada el artista grancanario. Su trabajo destila energía y constancia. Algo constatable en La muerte habitable (2012), un cráneo gigante formado por cruces de colores y en el que se puede entrar, con el que da cuerpo tridimensional a una calavera dibujada 60 años antes.
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