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Llevaba en torno a «un año y pico, o más», esperando por una cita con el especialista en digestivo. Sin embargo, cuando llamaron a casa por teléfono para darle día y hora, ya era demasiado tarde para José, el marido de Candelaria Hernández, vecina de Fuerteventura desde hace cuarenta y tres años. Como le ocurre a la mayoría de las familias de la isla, nunca pensaron que la sanidad majorera estuviese tan atascada hasta que les tocó vivirlo en carne propia. «Me tuve que pasar a Adeslas porque estábamos esperando para que miraran a mi marido en el hospital y, nada, no nos daban cita. Y, ya cuando llamaron, me dijeron que ya tenían la cita del digestivo para José, pero ya mi marido había fallecido», explica Candelaria. El hombre había muerto a los 67 años de edad, en concreto un día 14 de febrero, pero la cita para ir al especialista no llegó hasta dos meses después, en abril. Aunque el fallecimiento no se produjo como consecuencia de la tardanza para otorgarle cita con el especialista, el hecho de que en ocasiones haya que esperar durante años para poder ver al médico sí que es todo un ejemplo del colapso que llegan a sufrir los servicios sanitarios en la Isla majorera. En aquel momento, cuando la llamaron desde el hospital para darle cita, la indignación de Candelaria fue, explica, de tal calibre que no pudo contenerse a la hora de pronunciar unas palabras que dejarían de piedra a la auxiliar administrativo a la que ese día le había tocado estar al otro lado de la línea telefónica: «Les dije que si querían mirarlo, que él en mi casa no estaba ya, que estaba en el cementerio de Zurita. Así les contesté por el coraje tan grande que me dio en ese momento», manifiesta. Además de por el especialista en digestivo, también estaban esperando por una cita con el internista, que en este caso nunca llegaría, ni siquiera tras el fallecimiento. El marido de Candelaria, que a lo largo de su vida nunca tuvo una enfermedad grave, padecía isquemia severa desde hacía algunos años. Pero el diagnóstico no vino del servicio público de salud. Como a otras familias, ante la incertidumbre de no saber la enfermedad que se tiene y la falta de celeridad para prestar atención, recurrieron a la sanidad privada. «Fuimos a Las Palmas y en Santa Catalina nos dijeron lo que tenía, estuvo ingresado allí, estuvimos dos años entrando y saliendo hasta que nos dijeron que no tenía solución».
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