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Cinco horas con Mauricio

Antonio F. de la Gándara

Jueves, 1 de enero 1970

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Un furgón policial en formato utilitario introdujo a Mauricio Hayek en el Palacio de Justicia a las 9.35 horas de la mañana de ayer. El abogado iba confinado en lo que el común de los mortales conocemos como la perrera del coche y la policía, en su jerga profesional, identificará con otro nombre: un habitáculo insondable con cristales tintados que no permite intuir ni angustias ni hipoglucemias de sus ocupantes.

Entró el vehículo directamente al garaje que da a la calle de los Jesuitas, por donde habitualmente se conduce a los detenidos. Puerta de garaje que se abre, engulle el coche y se cierra. Detrás, por la calle, venía un vehículo camuflado de la policía del que se bajó un secreta (evidentemente, de paisano y de secreta: gafas de sol, tatuaje, gorra de beisbol) que portaba bajo el brazo una gruesa carpeta con todos los visos de ser prueba documental de cargo. También lo engulló la puerta; abre, entra, cierra, venga.

A Hayek lo condujeron al calabozo directamente por los vericuetos del Palacio, que es viejo y tiene más trucos que el retrete de Houdini. Uno puede andar de aquí para allá sin que las cámaras adviertan sus pasos, y así se mueven por allí los jueces y fiscales (e incluso algún imputado en libertad) cuando no quieren que los descubran los periodistas, que no siempre. También entre el calabozo y la sala de vistas del Tribunal Superior de Justicia hay escalera de servicio, de suerte que cuando comenzó el interrogatorio nadie más que las partes habían visto la cara del abogado tinerfeño.

Su buen par de horas se pasó el letrado en los calabozos (o en el limbo de los pasillos) esperando la llegada de su abogado, que por las razones que sean, probablemente no dolosas, demoró su llegada hasta las doce. Poco antes, la magistrada Bellini y la fiscal Martínez habían hecho amago de salir de sus despachos, pero al ver a tanta cámara en la puerta de la Sala, optaron por recogerse de nuevo. Los securitas reciben una llamada y se personan de inmediato en el tumulto. La prensa, para el piso de abajo. Media el director de comunicación del TSJC, y la prohibición se limita a los gráficos.

Tres horas y media de declaración del tirón, o eso es lo que se presume porque se ve la luz de la Sala de Vistas encendida, como la del Pardo, y a eso de las 15.30 se abre una de esas puertas de entretiempo que hay en la sede y sale el letrado de Hayek, Pedro Revilla, para tomar café. Evidencia que es chicharrero: «Pausa para barraquito», explica a los periodistas. De muy buena disposición, algo poco habitual para un letrado en territorio comanche, aclara que no ha sido nombrado de oficio y revela que su cliente está respondiendo concienzudamente a todas las preguntas, «diciendo la verdad». Se intuye un poco de relajo y algunos periodistas salen a por bocadillos. Una magistrada pasa por la zona y nos desliza sobre las libretas a los dos que quedamos de guardia sendas barritas de muesli con manzana (riquísimo, por cierto). «Pobrecitos», dice.

Segundo break, y parece que de partido. A eso de las cinco, la fiscal María Farnés Martínez hace uso de su turno de café con un policía y habla un poco con los periodistas, «estamos acabando y creo que van a tener nota de prensa». A las cinco y media se oyen voces al fondo del pasillo: «Usted dígales que no tiene nada que decir y salga». Aparece Mauricio Hayek. Libre, pero con cargos.

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