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Cervantes recurrió a los molinos de viento para El Quijote porque eran modernos e impactantes

EFE

Jueves, 1 de enero 1970

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Miguel de Cervantes recurrió a los molinos de viento de La Mancha como protagonistas de uno de los capítulos más afamados de El Quijote porque hace cuatrocientos años eran máquinas modernas e impactantes, con gigantescas dimensiones: doce metros de altura y aspas de ocho metros y medio.

En el momento de máximo esplendor, durante los siglos XVII y XVIII, llegó a haber más de medio millar de molinos en La Mancha, de los cuales nueve conservan a día de hoy su maquinaria original, según explica en una entrevista con Efe Vicente Casero, el único maestro artesano de carpintería molinera de Castilla-La Mancha y vecino de Campo de Criptana (Ciudad Real).

"Ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla. ¿Qué gigantes?, dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas".

Esta es la conversación que mantuvieron los dos personajes de la célebre novela al llegar a un campo "de treinta o cuarenta" molinos de viento, según describe Cervantes en el capítulo ocho.

¿Por qué recurrió a los molinos? Porque "eran algo muy novedoso e impactante, aún hoy, en el siglo XXI, al verlos en movimiento impresionan", explica Casero cuando se cumple el IV Centenario del fallecimiento de Miguel de Cervantes.

Sobre su origen, el reconocido artesano molinero señala que hay "una discusión" entre quienes apuntan que "es árabe y quienes creen que vinieron con Carlos V de Alemania en el siglo XVI", pero subraya que lo que está claro es que en ese momento eran una novedad, aunque existiesen máquinas que funcionaban con el viento previamente.

Se utilizaban para moler el grano porque La Mancha fue cerealista "mucho antes" de dedicarse al vino y, al escasear el agua, era necesaria la ayuda del viento para realizar esta actividad.

Su construcción era muy costosa, por lo que la primera inversión era asumida "casi siempre" por congregaciones religiosas, por cabildos o por familias nobles que luego los arrendaban a los molineros, que se encargaban de su explotación.

"A finales del siglo XIX, con las primeras fábricas de harina, los molinos ya eran más testimoniales y se utilizaban, por ejemplo, para moler piensos de animales. Cambió su uso y ya era el molinero el propietario", expone Casero.

Hoy en día, solo nueve molinos de La Mancha conservan su maquinaria original, tres en Campo de Criptana, uno en Mota del Cuervo (Cuenca) y cinco en la provincia de Toledo: dos en Consuegra, uno en Madridejos, uno en El Romeral y otro en Camuñas.

De estos, prácticamente todos se ponen en funcionamiento para realizar moliendas al menos una vez al año, pues "cuando se dejan un año o dos parados, luego necesitan tareas de rehabilitación, de puesta a punto".

El resto son molinos reconstruidos "con mayor o menor acierto", señala el artesano, quien añade que "en los años 80 se empezaron a reconstruir molinos, aunque no siempre con criterios acertados".

A día de hoy, algunos son de propiedad privada y otros de titularidad municipal, si bien todos son patrimonio protegido.

"Muchas veces los que vivimos rodeados de molinos no apreciamos lo que tenemos, lo vemos en cantidad de extranjeros, por ejemplo, los japoneses. Pisan las tierras de los molinos y parece que pisan suelo sagrado de la Catedral de Toledo", afirma Casero, quien también desvela el origen de algunos de los curiosos nombres que tiene cada molino.

El origen del nombre del "Infante" de Campo de Criptana proviene de la familia propietaria, los Infantes, una de las más ricas de esta villa; mientras que el molino "La Unión" de Camuñas adquirió esta denominación tras quemarse en un incendio y ser reconstruido gracias a la unión de los agricultores.

Casero destaca que los molinos de viento son la empresa más longeva de La Mancha, pues hay algunos que "se les nombra en el siglo XVI y dejaron de funcionar a medidos del siglo XX, en el año 55 ó 56".

Con ello, espera que puedan seguir siendo parte de la vida de La Mancha al menos otros cuatro cientos años más.

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