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Aplausos

Aplausos

Javier Moreno

Jueves, 1 de enero 1970

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En los conciertos rige una ley que impide aplaudir las obras antes de que concluyan. Se sabe que una obra finaliza mediante una simple operación aritmética: el programa de mano (el 'misal', en el argot) nos indica que la obra tiene X partes, por tanto, habrá X-1 momentos silenciosos en los que no hay que aplaudir así se hunda el mundo. Un ejemplo: en la obra de Chaikovsky, el misal avisaba de que estaba compuesta de cuatro movimientos, lo que significa que se escucharían tres ausencias de sonido que solo piden un respetuoso silencio hacia los artistas, que se distraen con el vuelo de una mosca. Pues bien, en la obra de Chaikovsky el público aplaudió tres veces: al final de los movimientos primero, segundo y cuarto. ¿Por qué no aplaudió también al final del tercero? No se sabe. No obstante, lo que habría que indagar es porqué "aplaudió", a secas, pues la interpretación sólo podría haber sido peor si cupiera imaginar tal posibilidad. Entre eso y la In Memoriam de Gálvez, la primera parte fue la más tediosa de la historia del Festival, descontados los 'momentos Bruckner'. Lo de Gálvez no tiene historia: son impresiones sonoras sobre la muerte. Impresiones previsibles que se les podía haber ocurrido a usted mismo, y que solo los dioses saben por qué las de Gálvez suben al escenario y las suyas, no. A eso se añade el hecho de que la obra va precedida, voz en 'off', de una poesía de un tal Salvador Fernández-Vivancos, cuya vena poética es sólo superada por la maldad recitadora del 'off'. Huelga mencionar que esto no quita el profundo respeto que me merece cualquiera que escriba a la muerte de su padre. Yo mismo lo he hecho, pero el pudor me impide presentarlas en público. Respeto que, por cierto, no me merece el propagandista Shostakovich, cuya Sinfonía titulada '1917' es su carta de ingreso en el Partido Comunista de la Unión Soviética en el año 1962, y que se remata por un final titulado, para que la burla sea completa, "El amanecer de la humanidad". Amanecer que se produce gracias al ensordecedor ruido de una orquesta a ritmo machacante, a la que la interpretación de la Sinfónica de Tenerife y Manuel Hernández Silva le hicieron plena justicia. Ni que decir tiene que el público se volvió loco con el chunda-chunda. Voces del más acá A través del Facebook, Leila Shan, cantante del Coro de la OFGC, me corrige. En su opinión, Erwin Schrott no está "buenorro". Aunque ella misma advierte que siempre ha sido un poco "rarita en cuanto a hombres". El crítico solo puede añadir que en esta sección se aceptan todas las críticas por muy discrepantes que sean, siempre que sean tan estrictamente musicales como la de Leila.

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