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Si preguntáramos cuántas personas no conocen este local casi con total seguridad nadie nos respondería. Una trayectoria que pronto cumplirá la adolescente edad de 15 años, pero a la que siempre ha acompañado una sólida propuesta a la que no le ha faltado absolutamente nada.
Traspasar sus puertas siempre ha sido sinónimo de buena gastronomía, cañas bien tiradas, bodega generosa y una atención que da la bienvenida a este micro y mágico universo que se encierra tras sus portones de madera, porque, si algo tiene La Travesía de Triana es el grato e incomparable ambiente que se respira y se contagia.
Su barra podría contar decenas de miles de historias cada año, tantas como personas lo visitan, pero la discreción es marca de la casa y forma parte de la formación propia del equipo, así como otros cientos de detalles que se cuidan, esos que nadie ve, pero todo el mundo aprecia.
Pablo Santana confió y apostó todo a este proyecto al que dio forma tras pasar algunos años en la parte de servicio y de cocina de una gran cadena hotelera española pero su vocación le llegó desde niño, cuando su abuelo, quien lo crio, lo llevaba a probar restaurantes de aquí y de más lejos y, como Pablo nos cuenta, él se dejaba querer.
Cada experiencia le fue calando profundo y a la edad de 24 años inauguró este negocio, un acierto pleno desde el primer día que abrió sus puertas porque siempre ha tenido muy claro lo que quiere hacer y cómo lo quiere hacer.
A partir de este momento quedaba aprender y crecer y esa sigue siendo una constante a día de hoy en su vida y no solo a nivel profesional sino también personal, aspecto que cuida con especial interés porque cuando estás de cara al público y de ti dependen equipos de personas uno siempre tiene que procurar dar la mejor versión de sí mismo.
Pablo tiene muy claro cuáles son sus platos estrella: la ensaladilla del mar, las carrilleras y un buen corte de un excelente jamón, aunque nos confiesa que su plato favorito siempre es el que tengan de cuchara del día, que siempre cambian en carta, plato irrenunciable también para su público que incluso lo disfruta en los meses de verano.
Y cuando le preguntamos por el secreto para que todo está tan rico y todo sea tan apetecible, lo tiene igual de claro. «aquí se cocina, no se sirve nada que venga preelaborado desde otra parte y, además, la demanda crece en esos platos que ya la gente no cocina en casa pero que siguen siendo elaboraciones evocadoras para todo el mundo». Y ahí precisamente radica una de las diferencias de La Travesía, mantener la esencia, siempre y por encima de todo.
Abrieron sus puertas un mes de octubre y ya esas primeras navidades comenzaron marcaron una muesca imborrable en el mapa de encuentros navideños de la capital grancanaria.
Le conmueve ser punto de reencuentros, ser testigos del crecimiento de las familias que los acompañaron desde el día de su apertura y hasta hoy, de aglutinar generaciones que conviven tras la barra y se acoplan unos con otros, donde las emociones están a flor de piel y se contagian. Para ellos, el equipo de La Travesía, el regalo más bonito que reciben cada Navidad.
Un montaje, una sincronización y un trabajo que requiere de los cinco sentidos en alerta de manera permanente, eso que otros llaman magia o suerte aquí se llama repensar lo pensando, organizar lo organizado todos los días y seguir cuidando del público como si se tratara de su propia familia.
14 años no son pocos cuando desde el primer día que abrieron sus puertas la reserva fue indispensable para disfrutar de y en La Travesía, así que, a sabiendas de que el hecho de crear un espacio más pausado, con un comedor más «noble» además de armónico conllevaría cambiar de registro, Pablo nos reconoce que la acogida ha sido tan calurosa como la de la parte más genuina del local. Tanto sus clientes como otros más esporádicos aplaudieron la propuesta y hoy es casi tan difícil, si no más, garantizarse un huequito sin previo aviso.
Tanto es así que él mismo nos confiesa que tras los días de trabajo más intensos, cuando logra parar, necesita tomar distancia para encajar el asombroso éxito de lo que ha creado.
Si bien es verdad que la fama y el buen nombre de La Travesía de Triana es la que congrega toda la expectación, Pablo nos cuenta que «la prima hermana» de este local en el puerto no padece de ningún tipo de complejo. Al contrario, la cocina es la misma y la exigencia autoimpuesta también.
El público de la zona aplaude también día tras día y su ejército de fieles es más que numeroso, lo que si nos apunta quizás es que tenga más que ver con el enclave, al final, el hecho de que en la zona de Triana se encuentre en una «callejuela» peatonal, ya reviste al local de cierto misterio que dan ganas de desvelar. En cambio, en la del puerto, La Travesía se concentra en una esquina a modo de escaparate y su encanto sea diferente pero no menor ni peor y en ambos locales nunca se defrauda al comensal.
Al preguntarle a Pablo por las carencias del sector, sobre todo en lo que a personal se refiere, nos desvela que jamás se ha empeñado en cambiar a las personas sino en todo lo contrario, «en La Travesía cambiamos el sistema». Para él es sencillo, «si cumples con el personal, el personal cumplirá contigo» y algo tan básico y de rebosante sentido común, no está siendo la nota general y aquí es absolutamente determinante. Eso y hacer equipo desde el compañerismo, vital y esencial para que todo funcione.
Además, tal y como él se declara, Pablo es inconformista de manual y aprender y crecer son dos acciones diarias de su vida, tanto en lo profesional como en lo personal, porque no separa planos. Necesita mantener ambos en equilibrio constante y pensando en lo que vendrá, porque, como nos cuenta, «cuando abrimos, la cuidad no era la misma que es hoy en día, el público tampoco, las necesidades y apetencias tampoco lo eran y ni siquiera nosotros somos los mismos de aquel entonces, pero la clave para que todo siga funcionando en La Travesía es que la evolución ha formado parte del equipo, como si se tratara de uno más» y prueba de ello, porque no existe en el mundo un reconocimiento ni mejor ni mayor, el lleno diario cada vez que abren sus puertas.
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Sara I. Belled y Clara Alba
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