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Jueves, 1 de enero 1970
ignacio s. acedo las palmas de gran canaria
Habrá que preguntarse la pretensión de esta UD, a qué juega, qué persigue o pretende, discutir sobre su estilo o ausencia de modelo. Cabe, también, dolerse de una temporada envasada al vacío en la que, por mucho que se intente, de norte a sur, de este a oeste, nada se vislumbra. Y, faltaría más, también se aceptan quejas a propósito de los sueños rotos que, ya en febrero, son la decoración de un proyecto retratado en la clasificación, muy lejos de lo prometido y en el que resulta complejo rescatar a alguien. No hay fútbol, tampoco resultados y ni, mucho menos, esperanza. Con casi media temporada por consumir, que se dice pronto, la UD vive entre mediocridades, hace tiempo que renunció a ser protagonista feliz y su rutina está en no ganar, pasarlas canutas ante el rival que se precie y perderse en debates estériles. Poco a poco se le ha ido la fachada de aspirante y ahora respira a malas penas, escondida en batallas menores en una espiral que la tiene en el vagón de cola, a riesgo del desplome y a una galaxia de la aristrocracia. Nada responde a casualidades a esta altura de la película. Por mucho que se pontifique, aunque se insista pertinentemente en el valor de mercado de los jugadores propios, con esto no alcanza. Y episodios como el de anoche, lo que pudo ser y no fue, se reproducen puntualmente semana a semana, lo que explica la frustración unánime que hay a propósito de este equipo.
Ni a un Zaragoza de saldo pudo meterle mano Las Palmas. En un partido llamado a levantar la cabeza, a reivindicar poderes, todo derivó en otra exhibición de impotencia. Ni cobrar ventaja, siempre un diferencial en estas batallas, permitió sacar adelante los deberes. Goles anulados (los dos con justicia, por fueras de juego de Cala y Rubén, dicho sea de paso), una expulsión por niñería de Peñalba, rendimiento a impulsos, despistes atrás que pudieron ser mortales y un enfado tremendo de la grada adornaron una jornada amarga, que desaloja del estadio hasta a los más fieles. Muchos de los que todavía quedan se fueron ayer con pocas ganas de volver. Fútbol sin sustancia, resultado que no dice nada y sensaciones sospechosas inflaman el ánimo del socio.
Quizás ahí se localicen los peores daños de una trayectoria tan lastimosa. La desafección con el hincha, al que no han parado de lloverle palos en sus intentos de ilusionarse. Definitivamente va a ser que no. Vienen tiempos malos después de épocas que también fueron de luto. Es un demolición sin fin cuando se pretendía lo contrario.
Paco Herrera, reclutado a la prisa a mitad de noviembre, sigue en su laberinto. La competición no espera a nadie y mucho menos alimenta al que se mueve entre aguas movedizas. Y Herrera, pese a su cuajo en el oficio, mantiene sus bandazos para hemorragia del equipo. Esta UD dura un rato, no compite como debería, tan pronto se estira como tiende al vértigo y muchos de sus protagonistas no se justifican. El portero y sus pelotazos convertidos en el origen de las jugadas, Rubén en soledad y Mir o Fidel como versos sueltos. Nada de sabe de ese centro del campo llamado a vertebrar al resto y pobre del que espere algún alarde. Así luce Las Palmas, convertida en una cualquiera y que, frente al Zaragoza, volvió a fracasar. Porque no es negocio esto de hilar empates. Que nadie se engañe.
No hubo vencedores ni vencidos en un primer acto de juego primitivo y maneras groseras. O faltaban las ganas o no había capacidad. Quizás cuadra más esto último, frente a frente dos equipos con verdaderos apuros cada vez que gestionan pelota e iniciativa. Al ralentí, con un ritmo a ratos insoportable, noche de lunes fría y estadio semivacío, UD y Zaragoza se esforzaron en vano por agradar. Nada más lejos de la realidad, para desencanto de un afición que ya va con poco, dadas las miserias de esta temporada. Las Palmas quiso exponer el orgullo del anfitrión y puso cierto nervio, aunque la horizontalidad de Peñalba poco favorece la transición vertical y obstaculiza el vuelo de Galarreta. Con Timor desaparecido y la zona anchaconvertida en un páramo, la solución vino por la cal. A la derecha Fidel, a la izquierda Mir. Trote y a tentar a la suerte. Así se desempeñó la UD en mitad del bloqueo general. Balón a los costados y que colara alguna, en una suerte de contragolpe más persistente que efectivo. También presión arriba para hurgar en la calamitosa defensa del Zaragoza, pura mantequilla en sus achiques y marcas. Quedó demostrado en el 1-0. Verdasca se hizo un lío de los buenos y, de la nada, Fidel pescó una pelota en área visitante que acabó en la red previa apertura a Galarreta, improvisado extremo para una asistencia perfecta a Rubén, a placer para embocarla, por supuesto sin nadie que le encimara. Temeridad total esa licencia, la de descuidar acaso al delantero de la categoría. Sin darse cuenta, casi sin quererlo, la UD ya gobernaba el partido y eso le dio vigor e impulso. Y, al calor del subidón, enganchó alguna acción ofensiva que por poco no hizo más sangre. Primero, una intentona desviada de Galarreta. Al instante, galopada de Fidel que, en el mano a mano con Cristian, se venció antes de tiempo con un tiro tibio y al muñeco. Ahí la tuvo Las Palmas, por los suelos un Zaragoza incapaz. Pero dejó pasar su momento y el rival se levantó a malas penas. Avisó tras una conexión Pombo-Igbekeme que acabó con disparo fuera pero con intención. Preludio de lo que vendría después. Galarreta punteó una pelota en intento de despeje que acabó en los pies de Álvaro, letal en su reto ante Raúl. Hubo una protesta clamorosa reclamando orsay del atacante, pero el balón vino de un contrario, matiz que invalida cualquier polémica. Mala suerte la de Galarreta, para su desgracia doble asistente en cada rectángulo.
El golpe antes del intermedio sacudió definitivamente a la UD, que salió peor parada de los vestuarios y que transitó por el peligro durante la segunda mitad, más controlada por un Zaragoza que se perdió en el procedimiento. Todo lo que le pasó a Las Palmas llamó al suspiro. Al igual que había sucedido con un remate de Cala invalidado por posición ilegal, un testarazo certero de Rubén fue anulado banderín arriba. Cayó en combate Curbelo y Peñalba culminó su mala noche con una expulsión infantil, dos tarjetas amarillas en otros tantos minutos. Todo viento en contra. Pudo ser peor porque el Zaragoza se animó y, sin comprometer a Raúl, se hizo con la pelota y lanzó alguna contra con pinta criminal. Fueron malos minutos con picos muy sufridos.
Al final todo se quedó como estaba pero hay murmullos que no engañan. La UD es presa de sus limitaciones y miedos, sigue encadenada y no tiene buena pinta. Como desde hace tiempo, demasiado tiempo, mayormente.
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