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Las palmas de Gran canaria. Camino de sus veinte años en la presidencia, efeméride que cumplirá en 2025, y habiendo superado ya la barrera de los 800 partidos oficiales en el cargo, lo que más en la historia del club, Miguel Ángel Ramírez ha podido celebrar el tercer ascenso en su larga gestión, el segundo a la máxima categoría. Todos, sin excepción, han llegado en momentos de especial importancia estratégica para la entidad que, sin depender de los resultados deportivos para su futuro, sí ha podido sostener su crecimiento en base a estos éxitos deportivos. Nada se compara, sin embargo, al ingreso en la Primera División, una mina de oro en lo que se refiere a ingresos en las distintas vertientes (taquillas, derechos de televisión, quinielas y márketing, entre otras vías) así como en el prestigio y eco social que comporta estar entre los mejores clubes del país. De ahí que este último éxito, ya con el precedente de 2015, coloque a la UD ante una dimensión de prosperidad que debe aprovechar para enraizar en la élite.
La asignatura pendiente de su edad moderna: solo cinco años de los últimos 35 se han desarrollado en la pasarela que ahora se integra. Y con Ramírez en el palco, la experiencia se circunscribe a un ciclo de tres cursos. Llegar para quedarse es el desafío y con la entidad asentada en bases sólidas, Ciudad Deportiva de Barranco Seco en funcionamiento desde 2019 y cuentas saneadas como mayores avales, por no hablar de canteranos cotizadísimos que pueden protagonizar grandes traspasos (Coco y Moleiro), el horizonte parece diáfano en ese empeño.
Pero no siempre la decoración fue como ahora luce. En junio de 2006, en Segunda B y con un proceso concursal en marcha que era amenaza capital para la supervivencia, el imperativo de subir suponía una condición vital para la UD.
Todo lo que no fuera saltar de categoría abocaba al club a la disolución, ya que en el plan de viabilidad era irrenunciable esta condición. Y el equipo, entonces dirigido por Juanito Rodríguez, salvó todos los escollos para cumplir. Primero, una clasificación para la promoción de ascenso agónica, con aquel lleno para recibir al Rayo Vallecano al que se derrotó con un penalti de Marcos Márquez (1-0) y una última jornada en Lanzarote en la que solo valía ganar. Y, ya en las eliminatorias decisivas, agónico pase a la final con el gol de Nauzet en el último suspiro ante la Real B en Anoeta y el descorche ante el Linares en un Gran Canaria a reventar.
Fue el primer gran logro deportivo de Ramírez, apenas un año después de tomar posesión de la presidencia de manera formal, y que alimentó un futuro de estabilidad hasta hoy. Nunca más volvió la UD a pisar la Segunda B.
Hubo que esperar nueve años para poder festejar, de nuevo en casa y, también, bajo el formato de una promoción, otro ascenso. La UD purgaba con el Cordobazo del curso 2013-14, un episodio dramático que le privó de subir de la manera más cruel posible, con el añadido de unos incidentes posteriores intolerables.
Las urgencias eran evidentes y Paco Herrera, agarrado a Viera, Araujo o Roque Mesa, algunos de los grandes nombres de aquel plantel, condujo al equipo a la gloria. El sueño de devolver a la UD a la Primera División, que no pisaba desde su descenso en 2002, era una realidad que el presidente celebró de manera especial porque suponía, también, cumplir con el deseo realizado desde el mismo momento de su aterrizaje. Restituir la condición de ser integrante de la Primera División tras superar la bancarrota y un periodo de larga espera en Segunda, necesario, no obstante, para incubar ese proyecto ganador que permitiera la explosición de felicidad en Gran Canaria.
Ahora ya ha caído el tercero. Y la pretensión es que, en adelante, las alegrías ya no vengan en forma de ascensor. Eso significaría que la UD se hace sitio en el lugar que le corresponde por historia.
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