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La osadía no tiene recompensa

La osadía no tiene recompensa

La UD más ambiciosa en ataque, como exigía Jémez, acabó perdiendo un punto casi sobre la bocina. Plantó cara al Celta, rebatió su fútbol y buscó con ahínco la meta de Rubén. Hasta olió la victoria gracias a un gol de Expósito. Pero la gasolina se acabó y el Tucu Hernández asestó la puñalada final.

Kevin Fontecha y Vigo - Enviado Especial

Jueves, 1 de enero 1970

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Exigía más Paco Jémez a sus jugadores en ataque. No se conformaba con ir sumando de punto en punto mientras fallaba el Levante. Quería dar un golpe sobre la mesa. Lo había avisado y no era mentira. La UD batalló ante un Celta de Vigo que está peleando por una plaza en Europa. Los amarillos tenían enfrente a dos delanteros que, viendo sus registros anotadores, asustaban. Y aun así, Las Palmas no saltó a espectular con el resultado en Balaídos. La apuesta del técnico grancanario, con un trivote para dominar el esférico, dejaba claras sus intenciones. Tana y Halilovic necesitaban ser protagonistas. Los virtuosos siempre quieren tener el balón. Ejercer de héroes. Y ambos lo intentaron una y otra vez. El mediapunta isleño, por el centro, era un quebradero de cabeza para la sala de máquinas planteada por Unzué. El croata percutía en banda y se medía con Jonny una y otra vez. Se respiraba otro aroma.

Osadía. Esa es la palabra. El conjunto amarillo actuó con osadía. Fue valiente y dejó los miedos del descenso en el hotel. Y por momentos acarició la pelota como antaño. Recordó a la Unión Deportiva que deleitó. Sin Jonathan Viera parecía imposible, pero hubo indicios que lo rebaten. Incluso se adelantaron los insulares. Hasta que, de repente, la fuerza dijo basta y el atrevimiento no obtuvo recompensa. El castigo fue severo. No mereció irse de vacío, pero, en el fútbol, los goles son los que mandan y ajustician. Así fue como se quedó la escuadra grancanaria con la miel en los labios, volviendo a dormir en puestos de descenso. No aprovechó el favor de Baptistao ante el Levante. Pero la sensación puede valer a final de temporada. Y ayer Las Palmas no pareció un conjunto sumiso y con rumbo hacia Segunda. Compitió ante un gran equipo, con nombres propios que asustan, y dio señas de poder salvar la categoría.

Comenzaba el choque y el Celta salía a morder. Sus ataques eran endiablados. Pura velocidad y verticalidad. Primero fue una combinación de Aspas en banda, luego un robo y disparo de Emre Mor. Y para terminar de asustar, Aquilani sacó la escoba cuando ya Aspas encaraba a Chichizola. Las Palmas no terminaba de asentarse y no encontraba el esférico. Las subidas de Aguirregaray por la izquierda, casi siempre por delante de Tana, obligaban a Ximo Navarro a multiplicarse y arriesgar en cada una de sus acciones ante el ataque celeste. Mientras tanto, en la UD se encomendaban a la magia de Tana para sortear piernas rivales. Los isleños, atrevidos en su presión, adelantaban líneas y dejaban las incertidumbres fuera. Esto era un arma de doble filo, pero los robos cerca del área de Rubén eran el principal aval para creer en la victoria. Lo que propiciaba también agujeros y puntos negros en la retaguardia. La velocidad de Emre Mor y de Iago Aspas sembraba el pánico. Las acometidas de Hugo Mallo por banda diestra cohibían a Tana, más pendiente de tareas defensivas que de la elaboración del juego amarillo.

Pero con el paso de los minutos, la escuadra isleña despertaba y un tiro del propio Tana a punto estuvo de adelantar a los de Jémez. Rubén, con una buena estirada, enviaba el esférico a saque de esquina. Cuando la línea de tres cuartos conectaba con Expósito, se olía el peligro.

El encuentro se convertía en una montaña rusa. Los ataques caían en ambas porterías. Las Palmas, osada como pedía Paco Jémez, dejaba de limitarse a defender y se lanzaba a por los tres puntos. Y en ocasiones los isleños sometían a un Celta que se encomendaba a los desajustes defensivos que pudiera tener la Unión Deportiva. Aguirregaray, díscolo como acostumbra, en una banda y Halilovic en la otra trataban de desequilibrar al conjunto gallego. Tana, tejiendo fútbol por la mediapunta, intentaba echarse el equipo a su espalda y hacer olvidar a Jonathan Viera. Y por momentos hasta lo conseguía.

Ya en el segundo tiempo, con el diluvio en Vigo llegó la tempestad. Erik Expósito, como ya hiciera su bisabuelo en Balaídos, perforó la red y puso a los grancanarios por delante en el electrónico. Pase al hueco, el canterano levanta la cabeza, mira hacia portería y la cruza con un zurdazo inapelable. El delantero, que suplía al sancionado Jonathan Calleri, se bautizaba por todo lo alto en Primera División.

Y con el tanto de Expósito llegó la locura. Los pupilos de Paco Jémez se encontraban con facilidad y se crecían. Un cambio de banda de Aguirregaray hacia Halilovic, que se la dejaba a Tana para disparar, daba el susto a la hinchada local. Aguirregaray, por su parte, pudo haber anotado el segundo, pero, su golpeo, sin oposición, se marchó fuera por escasos centímetros. Indolente, la escuadra canaria perdonó y acabó pagándolo en exceso. De lo que pudo ser la sentencia del choque se pasó al empate. Chichizola evitaba el gol de Méndez, pero Jonny empujaba a placer el despeje del argentino.

Jémez, pretencioso, sacaba a Aquilani y daba entrada a Nacho Gil. Mediocentro por extremo. No firmaba el empate el técnico amarillo. Las Palmas quería el partido. El Celta también. Unzué se la jugaba con su mejor regateador. Pione Sisto al campo para buscar las cosquillas a Míchel Macedo. Las fuerzas comenzaban a flaquear. Nacían errores suicidas como un cambio de juego de Etebo que habilitaba la autopista para la embestida de Hugo Mallo. Aguirregaray intentaba frenarlo con falta pero no lo vio ni pasar. Tuvo que ser Gálvez quien apagase el fuego tras el centro a ras de césped del capitán del Celta. Luego le tocó emplearse al máximo a Leandro Chichizola. Sisto remató desde la frontal y un vuelo del cancerbero salvaba el tanto del extremo. Minutos más tarde, otra estirada del ex del Spezia, que se empeñaba en facturar un punto a la isla.

Los de Unzué, capitaneados por un Iago Aspas incisivo, iban a convertir el tramo final del encuentro en un asedio. Los amarillos, desvanecidos y sin gasolina, intentaban aferrarse al resultado hasta que el delantero de Moaña sacó su varita. El 10 celeste pisó línea de fondo, sentó a Ximo, la colgó cargada de intención, donde el Tucu asestó una puñalada de muerte. Balón al segundo palo, sin dejarla caer, para hacerse con la victoria casi sobre la bocina. La valentía no obtuvo recompensa y la UD sigue en descenso.

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