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Entre el bochorno y la calamidad

Entre el bochorno y la calamidad

La UD ofrece una versión siniestra y acaba eliminada de la Copa del Rey después de desperdiciar una ventaja tempranera y doblegarse frente a un adversario que sí fue profesional y respetuoso con el escudo, a diferencia de los anfitriones, sin orgullo ni intensidad, protagonizando la primera decepción de la temporada en el Gran Canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Pidió seriedad Manolo Jiménez y sus jugadores dieron un cante intolerable. La Copa del Rey se le indigestó, y de qué manera, a la UD hasta el punto de terminar en un ridículo tan poco esperado como merecido. Fue de justicia lo acontecido anoche, por mucho que duela admitirlo, porque el fútbol, las ocasiones y los méritos vinieron de la parte visitante. No hay debate en la contabilidad de méritos y tampoco tiene coartada aludir a los dorsales elegidos. Mientras que Las Palmas lucía jugadores caros, de publicitado pedigrí y que, se había dicho, iban a justificarse como debían, en el Majahonda, salven al aldeano Benito, conocido por aquí, y al hijo de Zidane, que no salió del banquillo, y ya dirán. Duele el resultado y más sangra la manera en la que se produjo. La UD no iba a ganar la Copa y es muy probable que su recorrido en esta competición no fuera más allá de alguna eliminatoria extra. Pero, por encima de estas deliberaciones, hay un escudo, se rinde cuentas a una afición y, faltaría más, también cuentan elementos relacionados con la vergüenza, la dignidad y el respeto por un oficio muy bien remunerado por estos pagos. De ahí que, sin extralimitaciones, deba censurarse públicamente lo que hicieron unos jugadores que, definitivamente, no estuvieron a la altura. Tan mal hizo las cosas la UD como generoso fue el sudor y la abnegación de un Rayo Majadahonda gremial, entrañable en su levantamiento y que, a base de hombría, levantó un marcador en contra y terminó a sus anchas. Ver para creer en un Gran Canaria que comenzaba a olvidar oprobios recientes y que, de repente, vuelve a sentir en sus carnes escalofríos poco deseables.

Tal y como estaba anunciado, Manolo Jiménez dio carrete a los menos habituales y varios inéditos. Debutó Parras y volvieron a ponerse la camiseta Nauzet Pérez y Deivid, cuya presencia no agradó a todos y provocó cierta controversia en la grada. Versión secundaria aquí que, en cualquier otro escudo, sería la de gala. Lo que tiene este fondo de armario tan profundo y diverso, el de la UD. La intención era controlar el partido y no tolerar susto alguno frente a un Majadahonda también con meritorios. Porque Jiménez metió futbolistas de buen pie en la medular con la idea de monopolizar y llevar el partido al campo contrario. El entrenador quería acción y poco más de dos minutos tardaron sus chicos en hacer diana. Un taconazo de lujo de Blum aclaró el centro desde la izquierda de Dani Castellano y Maikel Mesa, imperial en su elevación, metió la cabeza con todo. Sin haber roto a sudar, ya mandaba la UD, si bien el efecto del 1-0 para nada se ajustó a la normalidad. Porque, a continuación, a Las Palmas se le fundieron los plomos, se achicó y dio paso a un Majadahonda académico y persistente. Para nada de vino abajo el conjunto madrileño, implacable en sus intentos de jugar y llegar. Y bien que lo hizo. Hasta en cuatro oportunidades rondó el gol durante los siguientes minutos y sin disimulo. Jeisson, a puerta vacía en remate a dos metros del arco que se fue fuera, Martínez, que tropezó con las piernas del portero y en rebote afortunado cuando su tiro ya se colaba, y dos intervenciones más de Nauzet, la primera con suspense por un bote endemoniado, añadieron al partido un inusitado acento rebelde. La UD fue transparente al empuje del Rayo, innegociable en su ejercicio de crecimiento, bien cosido y con agallas para discutirle al dueño de la casa los poderes. Minutos de auténtico desconcierto por la incapacidad de gestionar un marcador a favor que más que tranquilidad trajo una pereza elocuente. Todo se centraba en los dominios de Nauzet, seco Pekhart arriba y con Momo, Mesa y Blum como únicos interesados en dejarse ver. El alemán dejó gestos soberbios. Sembró en el gol de Mesa, se permitió un autopase de categoría y mostró zurda con un latigazo que permitió volver a tener noticias de la UD. Pero nada cambió una tendencia en la que era el Majadahonda en que imponía ritmos y acontecimientos. Y en su aproximación más inocente, cuando un balón caía del cielo a plomo, Nauzet se desbocó con una salida torpe, Mantovani saltó a ninguna parte aunque lo justo para estorbar, cocinándole uno y otro el gol a Fede Varela, que aprovechó el caramelo y la empujó a la red. Tan doloroso como previsible, tan inexplicable como merecido.

Mal, muy mal, lo veía Manolo Jiménez, que puso a calentar a Fabio antes del descanso. No, eso no era lo que quería de sus jugadores, incapaces de enganchar dos pases y hacerse notar, todo lo contrario que un adversario metido en la faena.

En el colmo de la temeridad, la UD no corrigió su parsimonia y mantuvo su corte de equipo especulativo y con tembleque, huérfano de autoridad y toleró al Majadahonda su juego asociativo y largo, que trajo de nuevo a la foto a Nauzet para repeler un tiro centrado de Nico tras contra de manual. Por el otro lado, Mesa y Blum probaron a Ander sin malicia. Y sí, la eliminatoria de plantó en los últimos minutos en el alambre, con todo por suceder y murmullos en un estadio que no terminaba de quitarse el mosqueo por tamaña incertidumbre.

Lo peor estaba por venir. Rota la UD, superado Jiménez, encogido el público, un penalti de Mantovani hizo justicia con un Majadahonda al que vayan a saber si se subestimó desde que se supo la suerte del sorteo. Hasta el final nada cambió. No alcanzó ni con Rubén Castro calzándose las botas. Muchos se agarraron a él como talismán infalible pero el golpe de realidad se llevó por delante azares y supersticiones.

Envidian sienten hoy de los que no lo vieron todos los entusiastas que anoche se acercaron al estadio. Noche de jueves, un rival sin cartel, espectáculo deplorable y resultado fatal.

La UD ha de levantarse y lo hará. Puede que, incluso, en unos meses esto se perciba como un accidente que ayudó al objetivo capital. Es una posibilidad. Lo tangible ahora, lo que se palpa y hasta se puede tocar, es que a Las Palmas le pudo un ataque de divismo. Se vio ganadora por decreto y le lavaron la cara. Los dedos señalan a unos futbolistas, los que sí jugaron, que necesitarán tiempo para recuperar crédito. En manos de los que fueron reservados para las batallas ligueras está en que esto pase rápido. O no.

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