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Aquel equipo, entrenado por Miguel Muñoz, mantenía la aureola generada durante temporadas y que le mantenía entre los punteros del país. Prueba de ello es que se plantó en una final para discutirle un título al Barcelona, hito todavía no igualado y que se recuerda con dulce nostalgia pese a que el resultado fue adverso.
Más allá de que no fue posible levantar la Copa, la ilusión generada durante los días previos a la cita en los seguidores y el orgullo que supuso ser foco de atención por los méritos acumulados supusieron que en la entidad se vivieran momentos especiales y que, los que viven para contarlo, no equiparan a ningún otro.
La UD llegó a la gran cita tras jugar cuatro días antes en Salamanca. Muñoz reservó a algunos jugadores aunque la mayoría, por lo corta que era la plantilla, ya cargaban con mucho castigo en las piernas, ya que, en aquel curso, también disputaron competición europea, con eliminatorias ante Sloboda e Ipswich Town y en Liga acabaron en un meritorio séptimo puesto.
Y el desgaste se notó frente a un Barcelona con más recursos y liderado por un Cruyff que, sin anotar, sí marcó diferencias e intimidó a todos. De hecho, muchos sostienen que se le tuvo excesivo respeto y que el planteamiento del técnico estuvo demasiado enfocado a anularle. El Barça se adelantó pronto con un penalti muy discutido, al rato hizo el 2-0 y el tanto de Brindisi quedó apagado con el inmediato de Rexach para el 3-1 definitivo. Jamás hubo opción de soñar.
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