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Una UD congelada y desalmada

Una UD congelada y desalmada

Cementerio de ilusiones amarillas. Los isleños se adelantaron con un golazo de Narváez, que sacudió las telarañas de la red, pero volvieron a morder el polvo tras dos errores grotescos en la retaguardia. El Mirandés dio la vuelta al marcador en tan solo dos minutos. Luego, los locales se divirtieron y Las Palmas exhibió carencias y pinceladas moribundas.

Kevin Fontecha y (enviado especial) Miranda de Ebro (Burgos)

Viernes, 17 de julio 2020, 02:06

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Nueva dosis de realidad para Las Palmas. De la cruda, además. Cuando parecía que se iba a frenar la sangría resultadista, se volvió a tocar fondo. Ni con un golazo de Narváez. Ni con todo a placer para mantener esa ventaja. Ni recordando fallos de un pasado muy reciente. Los amarillos volvieron a pagar caro el peaje de la dejadez y los despistes insistieron en ser jueces de sus propios errores. Con un punto de los últimos 15 posibles y unas sensaciones de indiferencia máxima. La permisividad en la retaguardia fue una alfombra roja para los atacantes del Mirandés, que incluso se divirtieron y se atrevieron a tirar caños a los isleños. La UD se marchó tocada de Anduva y con la fecha del próximo partido ante el Oviedo marcada en fosforito en el calendario. Urge cambiar la dinámica en la que los grancanarios vienen inmersos. Y tiene que ser ya.

Se entienden las bajas (jugadores de enjundia), pero no pueden servir de excusa. Lo dijo el propio Mel nada más perder. Fue autocrítico y no se andó con rodeos. La categoría de plata no perdona a los indolentes y así lleva siendo la Unión Deportiva desde que cayó pisoteada en el Ramón de Carranza. Desde entonces, falta alma y sobra frialdad. En defensa se conceden regalos propios de los reyes magos, mientras que en ataque no se está consiguiendo pisar el área rival con clarividencia. Tomas Pekhart es un islote que corre en beneficio del colectivo pero que apenas huele el esférico. Mientras, el centro del campo no termina de explotar (anoche se echó de menos a Fabio, por cierto) y las bandas son inexistentes (y eso que Narváez fue el mejor amarillo sobre el verde). De momento, las sombras se imponen a las luces.

Saltó algo helada la UD al terreno de juego. Guantes y camisetas térmicas para proteger el frío, los isleños querían entrar pronto en calor. Y vaya que si lo hicieron. Nueve minutos de imprecisiones hasta que Pedri volvió a brillar. Ni falta le hizo toca el balón. Kirian filtró un pase al espacio, el juvenil abría las piernas para que Pekhart enfilase puerta y el checo, que se durmió, dejó un rebote a la izquierda para que Narváez plantase estalactitas en la grada. El colombiano sacó la rosca a pasear y la colocó en la escuadra. Golpeaban primero los amarillos.

Acto seguido, y casi sin tiempo para celebrar el gol, el juez de línea levantó la bandera y le anuló uno a Pedri. Pekhart estaba en fuera de juego y todo quedó en un susto para los rojillos. Las Palmas había venido a Miranda de Ebro a romper el maleficio en Anduva. O, al menos, quería intentarlo. Y para eso había que ponerse el mono de trabajo y, a medida que iban corriendo los minutos, los isleños apretaban en la presión y mordían cada vez que el Mirandés quería engranar su sala de máquinas. Estaban bien plantados los pupilos de Pepe Mel.

Los locales empujaban en busca del empate y los grancanarios aguantaban el envite. Deivid y Mauricio Lemos se hacían fuertes por arriba, Dani Martín le perdía el respeto a los nervios del debut y Eric Curbelo cerraba todo el carril derecho, donde Ruiz de Galarreta trataba de ponerle sentido al juego. Javi y Kirian mezclaban para que los atacante mirandenses no tocaran con comodidad. Pedri ponía el mimo al esférico. Pekhart se solidarizaba y Narváez tampoco escatimaba en tareas de obrero.

El susto llegó cuando, en el minuto 32, la pelota se paseó lentamente por la línea de gol de Álvaro Valles. No la empujó nadie, pero faltaron centímetros para que se colara en la portería.Contrarrestaba esa ocasión Las Palmas con mucho fútbol. Qué delicia cada vez que Pedri, Kirian y Galarreta conectaban. Tocaban con una claridad y una sutileza preciosa. Le costaba al Mirandés recuperar la posesión cuando los bajitos la acariciaban.

Lo estaba haciendo todo perfecto Las Palmas hasta que Vicente desató la locura en las gradas. El atacante recogió un balón al borde del área, amagó con el disparo, los defensores amarillos cayeron en la trampa y, ya sin oposición alguna, dejó a Valles con las ganas de mantener su portería a cero. El lanzamiento tocó en Eric Curbelo, que había tratado de impedir el empate, y fue una puñalada casi mortal para la Unión Deportiva. Sin tiempo a aceptar las tablas, se marchaba al vestuario por debajo en el marcador. El meta sevillano se estiraba para evitar el tanto, pero Marcos André le ganaba en pillería a Dani Martín para congelar a los visitantes. La cara de Pepe Mel, camino al túnel, era un auténtico poema. En dos minutos, la defensa había pasado de ser inexpugnable a ser un auténtico flan. Duro golpe.

Tras el intermedio, la cosa seguía igual. Los burgaleses querían prolongar la mala racha amarilla en el Municipal de Anduva y trataban de aprovechar las incertidumbres y las prisas isleñas. Álvaro Rey y Guridi hacían trajes a medida. Pepe Mel movía ficha y daba entrada a Maikel Mesa y a Jesús Fortes. Llegada y potencia física. Había que pisar área rival como fuera. Mauricio Lemos mandó un aviso desde un lanzaiento de falta, pero Limones repelió bien. Le costaba demasiado a la UD trenzar fútbol. Los mazazos del Mirandés sentaron bastante mal y, abierta en canal, se palpaba que el tercero de los locales podía llegar en cualquier acercamiento.

El reloj pisaba el acelerador y Las Palmas se limitaba a verlas venir. No creaba peligro el cuadro insular que, en cambio, corría detrás de la pelota. Álvaro Rey se convertía en internacional y levantaba los olés del público. Mientras, la UD veía cada vez más lejos el tanto del empate. Lo fiaba todo a una jugada a balón parado o a cualquier individualidad arriba. Y eso, ya sin Pedri, era todavía más complejo. Cedrés no encontraba espacios para correr y Pekhart no tenía ocasiones para fusilar.

Se acercaba ya el final del partido y Las Palmas seguía con pinceladas moribundas. Solo un disparo seco de Ruiz de Galarreta, tras una dejada de manual de Juanjo Narváez, casi rompe el hielo en Miranda de Ebro. Faltó tan poco que el centrocampista no se creía haberla echado por fuera. Era el empate y un punto que facturar a Gran Canaria. Pero la pelota se fue desviada y la UD se marchó a casa con un vacío tremebundo. Con un punto de los últimos 15 disputados. Dato sangrante y preocupante, sobre todo porque hasta el primer gol rojillo todo parecía estar en orden. Fue caer el primero, llegar el segundo y perder el alma para competir. Y, amigos, sin corazón, poco se puede hacer en cualquier faceta de la vida.

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