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Tal día como hoy, doce meses atrás, la UD anunció la llegada al banquillo de Pepe Mel como remedio de emergencia a una temporada que comenzó mal con Manolo Jiménez y continuó peor ya con Paco Herrera a los mandos. Mel, con el que se habían mantenido contactos anteriormente, aceptó el reto de reflotar al equipo con catorce jornadas por delante y heredando males que habían puesto la permanencia en jaque. Su travesía hasta el final del calendario no tuvo una buena aritmética (cuatro victorias, cuatro empates y seis derrotas), pero le alcanzó para llegar a la orilla salvando el descenso y ganarse la renovación atendiendo a su metodología y gestión del grupo. Tal ha sido su ascendente en la entidad que, sin estar respaldado por los resultados, pues no ha ganado ni un tercio de todos los partidos que ha dirigido a Las Palmas, disfruta de un crédito que está por encima de los números, todo un milagro en su gremio, hasta el punto de que se da por hecha su continuidad para la campaña venidera.
En Mel se valora su corporativismo («pone los intereses del club por encima de los suyos»), una apuesta incondicional por la cantera, con Pedri como diamante reluciente de su tendencia a mirar a los escalafones inferiores, sentimiento de pertenencia y el haber sabido sortear mil y un problemas, derivados de las innumerables lesiones, con actitud enérgica y discurso impecable. «Otros, en su lugar, se habrían hundido. Él es un ganador», dicen desde su entorno.
Su primer aniversario llega en momento amargo: diez jornadas consecutivas, dos meses y medio, sin triunfos y en una sucesión de encuentros en los que se mezclan suerte adversa, decisiones arbitrales controvertidas y continuos cambios impuestos por lesiones y sanciones. De hecho, en toda la temporada ha podido repetir formación.Fiel a su manual, no pondrá excusas para el fin de semana. Alérgico a la derrota y al conformismo, entiende su labor desde la valentía y la responsabilidad de representar a un escudo que siente como propio desde el primer momento.
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